Batallón de castigo by Alex Simmons

Batallón de castigo by Alex Simmons

autor:Alex Simmons
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Novela
publicado: 2019-04-11T22:00:00+00:00


CAPÍTULO VI

El hombre hablaba y lloraba al mismo tiempo.

Rodeado de los partisanos, explicó su tragedia que era la de todos al mismo tiempo.

—Cada día fusilan a treinta. Los escogen al azar, mujeres y hombres, arrancándolos de su lecho en plena noche. La gente está aterrada, no te atreven a salir de sus casas y es inútil intentar irse de la ciudad.

—¿Por qué? —preguntó Leo con voz ronca.

—Vigilan todas las salidas. Han rodeado la ciudad… y cada noche… —estalló nuevamente en sollozos—. Cada noche los camiones recorren la ciudad y se detienen en cualquier parte con un ruido impresionante de frenos. Luego se oye bajar a los soldados pateando con sus botas claveteadas. Y en el interior de las casas los hombres tiemblan y las mujeres lloran abrazando a sus hijos contra su pecho.

—¿Se llevan a los niños también?

—No, todavía no han llegado a eso, pero ¿qué importa que los dejen? Los vecinos van a buscar a las criaturas que se han quedado solas. Es algo indescriptible… horrible. No os podéis imaginar el terror que se ha apoderado de Pinsk.

El gigante, que estaba en pie, cerró los puños, diciendo:

—Déjame que vaya a Pinsk, Leo. Te juro por lo más sagrado que no volveré hasta haber estrangulado a ese canalla.

—¿Crees acaso que es el único culpable?

El hombre intervino secándose los ojos con el dorso de la mano.

—Sí, él es el culpable. Cada vez que se oye pronunciar su nombre, la gente se echa a temblar. ¡Es un hijo de perra!, un demonio que va a terminar convirtiendo Pinsk, en un enorme cementerio.

Cuando Leo ordenó que dejaran descansar al hombre, después de darle de comer, permaneció junto a sus compañeros en silencio, sin que ni siquiera se atreviera a mirarles de la misma manera que los demás no se atrevían a mirarle a él.

Todos pensaban en las víctimas inocentes que caían cada amanecer…

Fue Wladimir Dulosky quien rompió el pesado silencio que se había hecho.

—¿Qué podemos hacer, Leo? —inquirió angustiosamente.

—No sé. Dejadme solo, por favor, tengo que reflexionar.

Así lo hicieron.

Una vez solo, Valesky encendió un cigarrillo y se quedó mirando las volutas que, de humo, ascendían, lentas, hacia el techo.

Tenía que hacer algo.

Pero entregarse al enemigo no iba a solucionar nada en absoluto. Incluso si entregaba a sus hombres… en el caso de que tuviera derecho a hacerlo.

Pero no lo tenía.

Y los alemanes jamás se conformarían con llenar de balas el cuerpo del jefe de los partisanos. Querrían a todos, sin excepción, y una vez hubieran acabado con aquellos guerrilleros, ¿no podían seguir matando a la gente de la misma manera?

Los alemanes…

No, no eran los germanos, aquellos soldados que peleaban con valentía en el Frente del Este, equivocados o no, defendiendo una idea errónea. No, los de la Wehrmacht nunca hubieran asesinado así a la población civil.

No, eran los de la SS, los hombres de Himmler, vestidos con el mismísimo uniforme de la muerte: el negro.

Otto Lunker.

Aquel canalla era el culpable de todo.

¡Si pudiera eliminarlo! Pero era un sueño. Era imposible atravesar la zona de los pantanos con todos los guerrilleros, en un loco intento de llegar hasta Pinsk.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.