Azincourt by Bernard Cornwell

Azincourt by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2008-10-01T04:00:00+00:00


Capítulo 8

—No encontrarás aquí la muerte —le musitó san Crispiniano, aunque Hook movido por el miedo, o los nervios, no dejaba de lanzar gritos de guerra y sólo a duras penas podía escuchar la voz del santo.

Hook y sir John llegaron a lo alto de la fortificación, donde aún quedaban restos del matacán. La artillería inglesa había abierto numerosas brechas en el lienzo frontal de la barbacana por las que se habían desparramado la tierra y los cascotes que la rellenaban, de forma que lo que, en su día, había sido el coronamiento era poco más que un desigual montón de terrones. Mucho menos dañada, la muralla de la parte trasera, la que miraba a la puerta de Leure, impedía que los defensores de los muros de Harfleur se percatasen del estado en que se encontraba la destrozada y dañada cornisa, que ya no era sino un traicionero revoltijo de tierra, piedras y maderos ardiendo, atestado de ballesteros y soldados. Hook y sir John aparecieron por el extremo izquierdo y, como un ángel vengador, el gentilhombre se abalanzó sobre el enemigo.

Era muy rápido. De ahí el temor reverencial que, como contendiente, suscitaba en toda la Cristiandad: en el tiempo que un hombre tarda en propinar un golpe, sir John asestaba dos. Y Hook fue testigo de la proeza porque, una vez más, tuvo la sensación de que el tiempo transcurría con lentitud. Se encontraba a la derecha de sir John, cuando cayó en la cuenta de que san Crispiniano había roto su silencio, y se sintió más que aliviado al saber que el santo seguía siendo su protector. Hook arremetía con la maza de guerra; sir John descargaba certeras y feroces embestidas con su hacha de guerra de doble filo. De entrada, destrozó la rodillera de la armadura de un soldado; a continuación, con un rápido movimiento ascendente, destripó a un ballestero, y descargó un tercer hachazo sobre el soldado al que le había roto la rodilla. Otro de los soldados se volvió apuntando a sir John con la espada; Hook le estrelló el hachón contra un costado, perforándole la ensambladura del peto y lanzándolo contra los hombres que estaban a sus espaldas, y siguió descargando mazazos, obligando a retroceder al soldado hasta que chocó con sus compañeros, mientras sir John daba alaridos de auténtico placer. Aunque no era consciente de ello, Hook también gritaba, y echó mano de su increíble fortaleza como arquero para que el enemigo retrocediese, mientras sir John sacaba partido de aquel momento de confusión lanzando tajos, hiriendo, matando.

Hook trató de recuperar el hachón, pero la pica se había enredado en la armadura del hombre.

—¡Toma! —le dijo el caballero, tendiéndole el hacha a Hook.

Bastante más tarde, cuando la refriega ya había concluido, Hook no disimulaba su admiración ante la entereza de que daba muestras sir John en combate. Había visto a Hook en una situación difícil y, haciendo frente a sus propios atacantes, lo sacó del apuro: dejó el hacha en manos del arquero y, mientras



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