Azami, el club de Mitsuko by Aki Shimazaki

Azami, el club de Mitsuko by Aki Shimazaki

autor:Aki Shimazaki [Shimazaki, Aki]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2014-01-01T00:00:00+00:00


Llámame por la noche, excepto los viernes», me dijo Mitsuko cuando me dio su teléfono. Esa invitación inesperada me descolocó y dudé en llamarla durante tres semanas. Pero tras mi última salida con Goró, decido al fin quedar con ella.

Estamos a miércoles. Mi mujer y los niños se fueron ayer al campo y no volverán hasta pasado mañana. Pienso llamar a Mitsuko hoy en cuanto termine de trabajar.

Salgo de la oficina a las nueve y cuarto y camino por la ciudad nocturna. Según el plano del barrio, la casa de Mitsuko queda solo a quince minutos a pie de mi oficina. Es cómodo, pero debo tener cuidado de que no me vean mis compañeros de trabajo.

Al llegar a la dirección indicada, voy a parar delante de un edificio de dos plantas. La planta baja está ocupada por una ferretería. Las persianas están echadas y no hay telefonillo, pero veo luz en el piso de arriba. Mitsuko debe de vivir allí. Busco una cabina telefónica y marco su número. Al otro lado del teléfono, escucho su voz titubeante:

—¿Sí?

—Soy Mitsuo. Estoy muy cerca de tu casa. ¿Puedo verte unos minutos?

Se queda callada y yo temo que sea demasiado tarde.

—Sube la escalera que da al callejón de la derecha —dice por fin.

El corazón me palpita con fuerza.

—Dejaré la puerta entreabierta. Entra sin hacer ruido, porque mi hijo acaba de dormirse —añade antes de colgar.

Me quedo sorprendido: «¿Mitsuko tiene un hijo?». Permanezco parado unos segundos, un poco confuso. Así que es madre. En realidad no tiene nada de sorprendente, pero no me lo esperaba. Vuelvo lentamente sobre mis pasos.

Veo la escalera metálica, oculta tras un gran caqui. Subo y empujo la puerta con mucho cuidado. Oigo el ruido del aire acondicionado. Un gato viene hacia mí maullando. Me fijo en un par de pequeñas sandalias azules de niño, del mismo número que las de mi hijo.

Mitsuko me recibe en el vestíbulo. Lleva puesta una túnica beis con un amplio escote, el rostro sin maquillar, el pelo recogido en un moño y la frente despejada. Sencilla, como en el café M. Nos quedamos mirando unos segundos sin decir una palabra.

—Siento molestarte tan tarde.

Mitsuko me da unas zapatillas.

—Póntelas.

Mientras la sigo, me fijo en unos mechones de pelo negro que caen sobre su nuca blanca. El contraste entre los dos colores me recuerda una vez más a una dama del ukiyoe. Percibo un aroma a jabón. Mitsuko entra en la cocina, seguida tranquilamente por su gato.

—Aquí no nos oirá mi hijo —susurra mientras cierra la puerta.

—Si hubiera sabido que tenías un hijo, le habría comprado un regalo.

Esboza una sonrisa.

—¿Cuántos años tiene?

—Cuatro.

Me invita a sentarme en la silla que está pegada a la pared y a continuación me sirve un té frío de cebada. Miro a mi alrededor. Una mesa, dos sillas, una cocina de gas, utensilios de cocina colgados en la pared encima del fregadero. El teléfono está colocado en una pequeña repisa a la izquierda de la puerta. Todo me parece sencillo y corriente.

—Este piso es



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