Aventuras de Nico: El tesoro del barco fantasma by Alfredo Gómez Cerdá

Aventuras de Nico: El tesoro del barco fantasma by Alfredo Gómez Cerdá

autor:Alfredo Gómez Cerdá [Gómez Cerdá, Alfredo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-14T16:00:00+00:00


Lo primero que llamó la atención de Nico fue un edificio altísimo, circular, que se alzaba justo donde concluía el puerto, junto a un pequeño parque ajardinado; por algunos letreros que había junto a su entrada principal, dedujo que se trataba de un hotel.

El pequeño parque ajardinado tenía un aspecto acogedor y muy agradable, y estaba salpicado de quioscos y de terrazas abarrotadas de mesas. A pesar de la hora, que no parecía la más propicia para ambientes bulliciosos, mucha gente transitaba por el lugar, o simplemente formaba grupos en torno a algunas partidas de ajedrez que se jugaban al aire libre. El lugar, uno de los más pintorescos de Las Palmas, era el Parque de Santa Catalina, animado prácticamente durante las veinticuatro horas del día, y del que parten muchas de las calles que los turistas buscan con avidez para comprar gangas de todo tipo.

—Ahora debemos andarnos con mucho cuidado para no perderlos de vista —advirtió Malfeito.

No había terminado de hablar cuando observaron que Dinis Carapinha y sus dos hombres se detenían junto a una cabina telefónica. Dinis entró en la cabina y sus hombres se quedaron fuera, flanqueándola.

—Seguro que tiene un contacto en la isla —siguió deduciendo Malfeito—. Ese contacto es el que sabe dónde se esconde Damiao.

De pronto, algo llamó poderosamente la atención de Nico.

—¡Es él! —Casi gritó.

Armindo Malfeito y Firmino se le quedaron mirando, un poco sorprendidos. Nico señaló una de las terrazas del Parque de Santa Catalina. En una de las mesas, tomándose unas copas, tres hombres charlaban animadamente. Los tres aparentaban entre treinta y cuarenta años, vestían pulcramente y eran morenos, o castaños. Había mucha distancia para observar más detalles, pero la suficiente para comprobar que uno de aquellos hombres era el individuo del traje gris que Nico había visto varias veces en Lisboa y Cascáis, el que se peinaba constantemente, tartamudeaba un poco y tomaba whiskies con coca-cola.

—Sí, es él —confirmó también Firmino, sorprendido.

—Esto sí que es raro —añadió Nico.

—¿No podríais explicaros un poco mejor? —preguntó Malfeito.

—A uno de esos hombres lo vimos varias veces en Lisboa y en Cascais, antes de embarcarnos. Parecía nuestra sombra. Llegué a tener la sensación de que me estaba siguiendo. Ahora estoy seguro de ello. Si no, ¿qué está haciendo aquí?

—Tal vez haga turismo.

—Ese argumento ya no me sirve.

Dinis Carapinha terminó su llamada y salió de la cabina telefónica. Se reunió con sus hombres y miró varias veces su reloj de pulsera. Por los gestos que hacía, parecía dar a entender que había quedado a una hora determinada con su enlace en la isla. Y, por las pocas prisas que mostraban, aún debía de ser pronto.

Reanudaron la marcha despacio, como si de un paseo se tratase, y se internaron por la zona comercial del istmo donde se alza parte de la ciudad de Las Palmas, el istmo que une la isla con el conjunto de montañas de origen volcánico llamado La Isleta.

Por estos lugares, calles estrechas y muy concurridas, la persecución era más difícil. Los perseguidores debían



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