Austral by Carlos Fonseca

Austral by Carlos Fonseca

autor:Carlos Fonseca [Fonseca, Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2022-04-01T00:00:00+00:00


Recostado contra la ventana del bus, Julio se distraía viendo la evolución del paisaje: esa particular progresión mediante la cual las coloridas montañas iniciales daban paso a los bosques de cardones, hasta llegar a los arbustos que puntuaban las cercanías de las Salinas.

—Les llaman tembladeras —le informó una joven local, antes de pasar a explicarle que muy pocos animales vivían en esos terrenos, pues la composición de la tierra hacía que los arbustos fuesen altamente venenosos—. A veces los perros, confundidos, se los comen y uno ve a los pobres temblar —añadió.

Sus palabras le ayudaban a entender la sensación que tenía desde que salió de Humahuaca: la impresión de que los cambios del paisaje imitaban los giros mediante los cuales el manuscrito de Aliza se movía poco a poco hacia el vacío. La intuición, pensó Julio, de que todo en aquella historia devenía lentamente en desierto. El estilo se despojaba gradualmente de sus barroquismos; la anécdota, de sus excesos; los personajes, de los lazos que los mantenían anclados en la sociedad. La aldea de los Nataibo se vaciaba de habitantes, Nueva Germania de sueños y Aliza de palabras, en una secuencia de imágenes que atravesaba décadas y continentes pero que terminaba por llevarlo hacia ese vacío absoluto que creía descubrir ahora que, pasadas las tembladeras, el bus finalmente se adentraba en las Salinas Grandes.

La planicie, perfectamente blanca, yacía frente a ellos exhibiendo una monotonía imperial. Por primera vez durante su estadía, Julio sintió un poco de miedo, mientras recordaba que era precisamente la blancura y no el tamaño lo que causaba el pavor de los marineros que perseguían a la gran ballena blanca en Moby Dick. Adentrándose en la llanura sin horizontes, temió que Aliza le hubiese regalado una ballena blanca, un punto fijo tras el cual se hallase la incandescencia de una pasión insensata.

—¡Parada!, —escuchó que exclamaba el conductor, con una voz aguda que logró sacarlo de sus reflexiones.

Afuera, a unos cien metros, una estación de salitre rompía la constancia del paisaje. Dejándose llevar por la curiosidad, decidió bajarse allí, a sabiendas de que no era la parada que le correspondía y que tendría que agenciárselas luego para llegar hasta el pueblo de Sarapura. Apenas eran las ocho de la mañana. Ya tendría tiempo para pensar en alguna solución posible. Escondiéndose entre un grupo de turistas que allí se bajaba, aprovechó para perderse entre la multitud que pasaba a caminar entre lo que él hubiese pensado era una estación olvidada.

—La temporada de extracción termina en noviembre, para evitar las lluvias —escuchó que decía el guía—. Por eso lo ven todo tan quieto.

Más que una estación parecía ser un pequeño pueblo fantasma. Recordó los ghost towns norteamericanos, pueblos mineros relegados al olvido por la industria, la ambición y la historia. Le chocaba ver cuán similar podía ser una estación todavía funcional a todo aquello. Una pequeña cabaña para resguardarse del frío, una iglesia improvisada hecha de piedra y un montón de maquinaria herrumbrosa marcaban el paisaje. Más allá, ubicó una



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