Aunque seamos malditas by Eugenia Rico

Aunque seamos malditas by Eugenia Rico

autor:Eugenia Rico [Rico, Eugenia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2008-09-30T22:00:00+00:00


Selene

Oyó sollozar a Casilda y sintió que la llevaban en volandas. Luego el resplandor blanco le machacó el cráneo contra un muro de dolor. Dejó de pensar. Soñó sin saber que soñaba. Estaba montada en el resplandor blanco que era uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis. El dolor borraba su vida entera y era como una sombra que la acompañaba.

Soñó sin saber que soñaba. La sombra blanca la llevaba muy lejos a la noche lluviosa de su nacimiento, cuando su madre se había negado a volver a verla. El dolor blanco seguía con ella mientras aprendía a recolectar hierbas en los bosques con su tía Milagros. Tenía que darle un nombre a la sombra blanca, pero no lo encontraba. Estaba junto a ella el amanecer que salió a comprar lino para la hoguera de su tía y estaba allí, en el dolor de los caminos, cuando se quedó sola en el mundo y encontró a los lobos. Y la sombra blanca la acompañaba, mientras aprendía medicina con el médico de Toledo. Y no la abandonaba cuando el médico fue detenido y ella comenzó a curar a los que lo necesitaban y se creyó a salvo porque no le dio tiempo a ver la hoguera que estaban levantando para ella en la plaza. Ya sentía las llamas morderle las piernas y el dolor blanco estaba allí, inmóvil y cruel, a su lado. Y ella ya no podía soportarlo.

Esa vez había gritado, porque sintió el frescor de las manos de Casilda que le mojaba los labios con un paño. Pensó que debía de estar demasiado débil para beber o que había estado vomitando, pero enseguida vio a una mujer que la miraba inclinada sobre un espejo blanco lleno de símbolos y supo que la mujer era su gemela y que escribía sobre ella, sobre la peste y el temor de los hombres. La desconocida se le parecía, aunque era más joven y más flaca. Hacía extraños movimientos con los dedos, como si quisiera convocar a los espíritus. Y entonces la mujer levantó la vista y Selene supo que conocía el día de su muerte.

Abrió los ojos y vio la cara fea y querida de Casilda inclinada sobre ella.

Quiso decir que la trataran igual que a los demás enfermos. Que la dejaran morir sola en su jergón, porque ya nadie podía ayudarla. Movía la boca y las palabras no llegaban a salir de sus labios. En el fondo, era un alivio saber que no 'moriría sola o, al menos, no más sola que el resto de los hombres que nacen y mueren solos. Cerró los ojos y sintió que el dolor y la sombra blanca la envolvían y supo que aquello no era un sueño, que se estaba muriendo de verdad. La vida se le escapaba entre los muslos, por un lugar de sus ingles donde, sin necesidad de tocarla, supo que tenía una horrorosa buba lívida. Vio al cazador de brujas que intentaba manosearla en la fuente y al bachiller que



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