Atila los hunos a las puertas de roma by William Napier

Atila los hunos a las puertas de roma by William Napier

autor:William Napier [Napier, William]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
publicado: 2010-12-02T09:54:39+00:00


El día siguiente fue tranquilo, como suele ocurrir después de una tormenta, y el altiplano parecía más desolado que nunca, tan reseco y desierto como el pelaje sarnoso de un perro salvaje. Atila escogió a cuatro de sus hombres, Orestes, Chanat, Yesukai y Geukchu, y cabalgaron lentamente hacia el este, en dirección a las tierras bajas que bordeaban el río junto al que habían acampado los kutrigures. Hacía mucho frío.

Bajaron del pedregoso altiplano y llegaron a una pradera grisácea salpicada de piedras amontonadas, que parecían los tocones petrificados de los árboles de algún bosque desaparecido mucho tiempo atrás. El viento cortante se quejaba por entre las piedras y la luz rosada y gris del alba no era más que una fría franja en el horizonte lejano. Cabalgaron siguiendo sombras alargadas que se estremecían y bailaban sobre la hierba, moviéndose incómodos entre los montones de piedras, monumentos conmemorativos de nómadas anónimos, llamados ovoos, decorados con lana trenzada de colores, omóplatos de ovejas y cráneos de aves, y piedras de formas extrañas, con volutas, crestas y arabescos, como si en su interior hubiesen quedado atrapadas las formas de antiguas conchas.

Luego surgieron a su derecha escarpadas montañas de pizarra color gris oscuro, en cuyas grietas bañadas por el sol aún se aferraban a la vida tardías matas violetas y amarillas de correhuela y algarroba. En lo alto de una ladera vieron una fila de camellos bactrianos, que la cruzaba de izquierda a derecha mientras seguían rumiando. Los jinetes se detuvieron para observar a aquellas criaturas, sus enormes pies que caminaban sobre la piedra lisa sin hacer ruido, su aristocrática melancolía, su gastada nobleza, viviendo de la nada entre el viento y las rocas.

Cruzaron la pradera desierta, bajaron hasta una angosta garganta, entre dos elevadas paredes de oscura pizarra, inquietantes, brillantes de agua, y por fin llegaron a un pequeño valle, donde había un río, junto al que se extendía el mayor campamento que habían visto en sus vidas.

Esperaron casi hasta el anochecer, cuando el sol invernal estaba a punto de tocar el oscuro borde del mundo y su luz sanguina recorría el horizonte. Hicieron callar a sus caballos atándoles los hocicos con cuerda enrollada, que anudaron en el interior de sus bocas; los animales levantaron la cabeza y abrieron las aletas de la nariz, furiosos, pero por fortuna en silencio. Luego los llevaron al trote, recelosos, e hicieron un giro cerca del campamento, para ocultarse al abrigo de un pequeño monte, cuya base había socavado el río en el transcurso de alguna crecida.

Desmontaron y subieron a gatas hasta lo alto del monte.

El campamento se encontraba a unos trescientos o cuatrocientos pasos y debía de albergar como mínimo mil tiendas. El viento se había calmado y podían oír gritos distantes y relinchos. Entre las tiendas había hombres caminando, hogueras parpadeantes, niños que corrían de un lado a otro, mujeres que cocinaban o amamantaban a sus hijos. Algunas mujeres llevaban agua del río en enormes odres que transportaban por medio de aguaderas que se colocaban sobre los hombros.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.