Asesinatos en primer grado by Lou Carrigan

Asesinatos en primer grado by Lou Carrigan

autor:Lou Carrigan
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
publicado: 1978-11-30T23:00:00+00:00


CAPÍTULO VIII

El teniente Tammer no dijo nada, de momento. Ni el sargento Lassaw, que había llegado con él. Los dos policías parecían muy pensativos, mirando fijamente a Owens Farrell. Lo mismo hacía Francis O’Connor, con expresión aterrada.

Estaban los cuatro en el salón, que había sido desprecintado por los policías apenas llegar. Todo lo que se podía obtener de allí, había sido obtenido… Es decir, nada. Ninguna huella aparte de las correspondientes a los ocupantes de la casa. La silueta marcada con tiza en el suelo había sido borrada por Nelson, y eso era todo.

Por fin, Tammer movió la cabeza con un gesto de duda.

—La pregunta es, señor Farrell: ¿por qué querían matarlo y simular que había sido un accidente?

—No tengo la menor idea. Pero la cosa iba en serio.

—Sí, lo supongo. ¿Y cómo pudo usted salir con bien de una situación tan peligrosa?

—Tuve suerte.

—¿Qué clase de suerte?

—Pues… Bueno, me parece que es una tontería ocultarle la verdad, teniente. Intervino otra persona. Pero me gustaría que eso quedase entre nosotros.

—Si es posible, así será. ¿Quién intervino?

Owens explicó lo sucedido a partir del momento en que la luz de los faros del coche de Anne Katherine Todd entraron en escena, completando así el relato de modo convincente para Tammer, que no parecía haberlo entendido muy bien hasta entonces.

—Ahora sí —movió la cabeza—. Ahora parece todo más razonable. Naturalmente, nosotros tendremos que hacerle unas preguntas a la señorita Todd.

—Eso es lo que quería evitarle a ella: molestias. Pero comprendo su postura, teniente.

—Muy amable. Y seguimos igual que antes: ¿quién y por qué querían matarle a usted… simulando un accidente?

—Ya le he dicho que no lo sé.

—Podría ser la misma persona que asesinó a Howard O’Connor, ¿no le parece? Quizá usted entra dentro del ámbito de sus planes, o su venganza, o algo parecido. Pero, claro, de ser así, no me parece lógico que a él lo matasen de varios golpes de punzón y con usted quisieran hacer teatro. ¿Me comprende?

—Sí.

—Bien. Seguiremos con el caso, y ya verá como todo quedará explicado. Respecto a esos dos hombres…, ¿los reconocería si volviese a verlos?

—Sin la menor duda.

—En eso caso, sería interesante que viniese usted a dar un vistazo a nuestros archivos, señor Farrell.

—¿Ahora?

Tammer se rascó la nuca, con gesto simpático, casi cómico.

—Lo dejaremos para mañana —concedió—. Debe estar usted muy cansado, naturalmente. ¿Podría venir al departamento hacia las nueve?

—De acuerdo.

—Gracias, señor Farrell. Hablemos ahora de ese profesor Waggins… Si no he oído mal, usted quería verlo para preguntarle por un millón y pico de dólares que faltan en sus cuentas.

—Sí.

—¿Y él estaba dispuesto a recibirle?

—Sí. A las ocho y media, más o menos… Cuando terminase su trabajo.

—Pero usted llegó allá, y esos dos hombres le golpearon, etcétera, etcétera.

—Sí.

—¿Y no ha pensado en volver allá para ver, por fin, al profesor Waggins?

—El vive en una cabaña, en la orilla de un brazo del río. Y sus ayudantes tienen, uno otra cabaña, y la otra, la doctora Hyres, un apartamento. Pero la señorita Todd no sabe dónde.

Tammer quedó pensativo de nuevo.



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