“Señor Juez...” by Darío Fernández Flórez

“Señor Juez...” by Darío Fernández Flórez

autor:Darío Fernández Flórez [Fernández Flórez, Darío]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1957-12-31T16:00:00+00:00


LOS DOS ENFERMOS DEL DOCTOR GÁNDARA

EL doctor Gándara terminó de escribir el plan para un enfermo, cerró la máquina, guardó la historia clínica y sentándose en su sillón, ante la fina mesa de su despacho, bostezó.

La verdad, esto de la psiquiatría resultaba un poquito pesado algunas veces. Porque las almas de los pacientes presentaban una monotonía digna de una fabricación en serie. Complejos y complejillos parecían reproducirse tan exactamente, que lo mismo daba psicoanalizar a un hombre de negocios que a un sargento de carabineros, o hacer una cura de psicoterapia a una ilustre dama que a una de esas tunantas que andan por ahí, salvando, claro está, sus específicas circunstancias ambientales.

Encendiendo un pitillo, el doctor Gándara se resignó, una vez más, a escuchar las aburridas confesiones de sus pacientes durante aquellas cuatro horas de la consulta y pulsó el timbre, para que pasara al despacho el primer enfermo de la tarde. Una tarde luminosa, llena de verano, que sonreía tras los cristales de su ventana. Pero allí dentro, en su despacho, no había otra cosa más que humo de tabaco rubio, hastío y dolor.

La enfermera abrió la puerta y dió amablemente paso a una mujer espléndida, que hizo pestañear de sorpresa al doctor Gándara tras sus gafas Truman. Una belleza morena, de unos treinta y tantos años, ojos verdes, boca grande y expresiva, que sonreía desde lo alto de una arrogante figura. Por si eran pocos estos encantos, la dama iba muy bien vestida y, al sentarse ante la mesa del doctor, el aroma de un rico perfume francés llenó la habitación, como si, de pronto, hubiera entrado también allí el verano.

Tras los saludos de rigor y luego de presentar una tarjeta de un ilustre colega, la señora tomó inmediatamente la palabra:

—Mire usted, doctor; yo no quiero que ni usted ni yo perdamos el tiempo con tonterías. Por eso deseo ir derecha al bulto, ¿me comprende?

—¿Qué le ocurre a usted, señora?

Para colmo, aquella extraordinaria enferma hablaba con un ligero acento andaluz que hacía graciosas todas sus palabras. Y, la verdad, así, a primera vista, el doctor Gándara no encontraba en ella ningún síntoma aparente de origen psicógeno.

—A mí me pasa una cosa muy rara, pero que muy rara —continuó la bella mujer, inundando al médico con la luz verde de sus ojos; hasta el punto de que el doctor Gándara, por una de esas sorprendentes asociaciones que también tienen los psiquiatras, recordó aquella cala de Mallorca, aquel agua verdosa y transparente donde se bañó el verano pasado.

—No será tan rara como usted cree —sonrió.

—Pues sí señor, lo es —afirmó rotundamente la señora.

—Veamos.

—Ni me duele nada, ni tengo mareos, ni sofocos, ni manías... Y, sin embargo, doctor, no puedo más; le aseguro que no puedo más —advirtió la bella mujer, con los ojos aún más enverdecidos por la brillante humedad de las lágrimas.

—Vamos, vamos, tranquilícese y cuénteme las cosas por orden. ¿Es usted casada?

—No señor, no va por ahí la cosa. Soy viuda.

—¿Con hijos?

—Sin hijos y con dinero, aunque me esté mal el decirlo.



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