Arrau by Joseph Horowitz

Arrau by Joseph Horowitz

autor:Joseph Horowitz [Horowitz, Joseph]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1982-09-11T16:00:00+00:00


LISZT

La primera persona en ofrecer un recital para piano solo fue, según el decir de la mayoría, el señor Franz Liszt. Sucedió en Londres en 1840[*], cuando ya era adulado como ningún otro pianista había sido hasta entonces. Tres años más tarde, en Berlín, Liszt dio, en un lapso de dos meses, veintiún conciertos que abarcaron más de ochenta obras. Las mujeres lloraban y se desvanecían. Una trataba de recuperar la borra de su té como recuerdo: otra, una colilla de su cigarro para llevarla en su pecho. El impopular monarca prusiano Federico Guillermo IV le obsequió un monedero con diamantes: en un gesto despectivo. Liszt lo arrojó por los aires. Abandonó la ciudad en un carruaje tirado por seis caballos blancos. Treinta carrozas y cincuenta y un jinetes lo siguieron en solemne procesión. Cientos de coches privados cerraron la marcha. Las calles se vieron atestadas con sus admiradores.

Más que un pianista. Liszt fue la personificación prometeica del ideal romántico del artista como un héroe solitario, autosuficiente. Todo lo que hizo, lo hizo solo, sin una orquesta, un cantante o una violinista para compartir el programa. Su orquesta era el piano, hacía poco reforzado con piezas metálicas, sutilmente sensibles a cada impulso de mano, pie o cerebro. Progenitor de todos los pianistas subsiguientes, no sólo fue el inigualable mago del teclado, sino también, como alumno del discípulo de Beethoven, Carl Czerny, un inspirado intérprete de la Sonata Hammerklavier y otras obras cumbres. Como hombre del espectáculo, convirtió el salón de conciertos en un teatro. Como penitente musical, lo transformó en una iglesia. «Cuando Liszt ejecuta algo patético, parece haberlo experimentado todo, y reabre las viejas heridas de quien lo escucha», comentó su alumna norteamericana Amy Fay. «Todo lo que el oyente ha sufrido vuelve a presentársele ante sí».

Su música es tan notable por sus conflictos religiosos, como por su atrevida impetuosidad. La misma dicotomía disociaba al Liszt hombre. Al igual que su música, a menudo censurada por su pomposidad o sentimentalismo, él también suele ser recordado como un Casanova o un Mefisto. Su legendaria técnica fue laboriosamente adquirida. Utilizó su eminencia para defender a Wagner y a Berlioz y reunir dinero para los damnificados por inundaciones, escuelas de música y otras obras de beneficencia. Pese a sus caídas en la vulgaridad, su personalidad conservó un toque íntegro y bondadoso, que lo hizo fácilmente manejable por mujeres dominantes y justificó el impulso religioso que finalmente lo llevó a tomar las cuatro órdenes menores para convertirse en sacerdote católico. «Cristo crucificado, la “simpleza” y la elevación de la Cruz, ésa era mi verdadera vocación», escribió a la edad de cincuenta y ocho años. «Lo he sentido en el fondo de mi corazón, desde los diecisiete años, cuando con lágrimas y súplicas imploré me permitieran ingresar en el seminario de París».

En Estudio de la música en la Alemania del siglo XIX, la señorita Fay ofrece un notorio retrato del «mejor» Liszt. «Jamás vi nada parecido al refinamiento de sus modales», escribió al verlo por primera vez en el teatro.



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