Aquiles y la tortuga by Seve Calleja

Aquiles y la tortuga by Seve Calleja

autor:Seve Calleja
La lengua: spa
Format: epub
Tags: EPUB, OPF, OCF, OPS
editor: Alberdania
publicado: 2019-02-08T00:00:00+00:00


7

Aquiles, tumbado al sol, masticaba con pereza un tallo de hinojo. Con los ojos cerrados por el sol, ha intentado dormitar aguardando el regreso de Tor-tor y de la joven. Y en el sopor de su duermevela ha evocado a su esclava Briseida, y a la tierna y dócil Ifigenia. ¿De qué sirvieron entonces su lozanía y hermosura si nunca llegó a conquistarlas? ¿En qué se había convertido con el tiempo aquel valeroso héroe que ahora se impacientaba por la tardanza de una simple tortuga? ¿Qué Agamenón, qué Héctor pretendían arrebatarle esta vez la única compañía que le quedaba? Estaba triste y pesaroso Aquiles. Y así lo encontró Alisia, que arrancándole con suavidad la hierba que sostenía entre los labios se ha puesto a hacerle cosquillas con ella en el pecho.

–Hola, campeón –le ha susurrado al oído la muchacha.

–¿Cuántas veces te tengo que decir que no me llames campeón?

El joven no había abierto aún los ojos para advertir que no era Tor-tor quien le había hablado. Tuvo que ser su dulce y casi imperceptible beso en los labios lo que lo ha hecho incorporarse bruscamente y abrir los ojos.

–¿Qué haces aquí tú? ¿Y mi amiga?

–Yo soy tu amiga.

–Me refiero a la tortuga.

–¿La prefieres a mí? –Alisia coqueteaba con la maestría de una hetaria de ésas enseñadas a complacer con sus caricias y compañía a los hombres–. ¿Acaso no te parezco atractiva?

–No es eso –se justificó Aquiles tratando de apartarla–. Eres la más hermosa de las mujeres de esta isla, y lo sabes, pero dime dónde está mi amiga? ¿Qué has hecho con ella? ¿Por qué te la has llevado?

–Ella no vendrá hoy. Me envía a que te lo diga. Me ha dicho que si deseas volver a verla habrás de merecértela.

–¿Qué le has contado de mí? ¿Con qué la habéis envenenado a ella esta vez? –Había tanta preocupación en sus preguntas que Aquiles no quiso disimular su disgusto ni su repentina aversión hacia la joven.

–Nadie la ha envenenado. Hemos estado hablando simplemente. Y ha decidido que habrás de competir mañana para recuperarla.

–¿Contra quién?

–Contra ella.

–Eso es imposible. Romperíamos nuestro acuerdo.

–¿Qué acuerdo? –lo interrumpió la joven desconcertada.

–El que hemos pactado entre nosotros y que a ti no te importa –le contestó de malos modos.

–Sí, sí me importa, y mucho –le corrigió Alisia–. Pues, después de hablarlo entre nosotras, hemos pensado proponerte esto: que si volvéis a competir y no logras alcanzarla, te dejará y se irá a vivir conmigo a Elea.

–¿Ah, si? ¿Y si la alcanzo? –preguntó él.

–Si tú ganas se quedará contigo. Y yo también. Serás dueño y señor de nuestras voluntades.

–Ambas sabéis que ganaré si corro –dijo Aquiles–. ¿Por qué me desafiáis de nuevo? ¿Por qué no puedo vivir en paz de una vez?

–Porque la paz tienes que conquistarla. Y también a tu amiga. –Alisia utilizaba los mismos argumentos que su maestro solía usar con ella en sus clases de música, pues carecía de otros.

–Eso ya estaba conseguido –añadió Aquiles–. Ignoro qué ha podido pasar, o qué has podido contarle.

De pronto la joven encontró una posible explicación con la que apaciguar la ira de Aquiles.



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