Aquí descansa nuestro Soberano by Jean Plaidy

Aquí descansa nuestro Soberano by Jean Plaidy

autor:Jean Plaidy [Plaidy, Jean]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1956-12-31T16:00:00+00:00


* * *

Nell estaba ahora en el séptimo cielo.

Tenía su residencia en una hermosa y amplia calle, en aquel extremo de la misma en el que muchos de los aristócratas de la corte tenían su residencia. Su nueva casa tenía tres pisos de altura, y sus jardines se extendían hasta el parque de Saint James, del cual estaban separados por un muro de piedra. Al final del jardín de Nell había un montículo, y cuando se subía a él podía ver por encima del muro y mirar al parque. Podía llamar al rey mientras paseaba por allí con sus amigos.

Ahora, Nell disfrutaba de verdad de las «comodidades de una amante real». Sus vecinos inmediatos eran Barbara Castlemaine, la condesa de Shrewsbury y Mary Night, que había sido en el pasado una de las amantes favoritas del rey. Lady Greene y Moll Davies no estaban lejos.

La actitud de la gente hacia ella era ahora distinta. Era más a menudo madam Gwyn que la señora Nelly. Los comerciantes ansiaban tenerla por clienta. La trataban con el mayor servilismo.

La Nell de los viejos tiempos habría ridiculizado a esos aduladores. La Nell madre disfrutaba con su respeto. No olvidaba nunca que cuantos más honores se le rindieran, más fácil sería que los honores se abrieran camino hasta aquel muchachito, y estaba decidida a verlo como duque antes de morir.

Algunos solían recordarle que había sido naranjera y actriz, que se había criado en Cole-yard. Mary Villiers, la hermana de duque de Buckingham, se había negado a recibirla, y Nell se sintió encantada al saber que ello había suscitado el profundo disgusto del rey. «Aquellas con quien me acuesto son compañía adecuada para las más distinguidas damas del país», le había recordado el soberano a la noble dama.

Los Arlington se mostraban fríos. Estaban todos a favor de la promoción de mademoiselle de Kéroualle. Pero al parecer, ella estaba encadenada al celibato por su virtud. «Que siga así mientras el resto de nosotras gozamos de la vida y nos enriquecemos», rumió para sí Nell.

Existía una cierta rivalidad con Moll Davies.

Nell no podía soportar los afectados aires de refinamiento de Moll. Se maravillaba de que el rey, un hombre de tanto talento, no le hiciera ver lo absurdo de su comportamiento. Él seguía visitando a Moll, y había ocasiones en que Nell, mientras esperaba que acudiera a la casa o incluso que saltara el muro como hacía a veces, le veía pasar cuando acudía a visitar a Moll Davies.

A veces, Moll iba a ver a Nell después de la visita del rey. Se sentaba en casa de Nell, y luciendo su anillo de setecientas libras hablaba del último regalo que el rey le había hecho.

—Incluso me trae los dulces que me gustan. Dice que soy casi tan glotona como la princesa Anne.

Un día, a principios de aquella primavera, Moll acudió a casa de Nell, presa de gran excitación, expresamente para comunicarle que el rey había mandado un mensaje diciendo que iría a verla aquella noche.

—Me sorprende, Nelly —dijo—, que se desplace hasta tan lejos.



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