Amo y criado by Tolstói

Amo y criado by Tolstói

autor:Tolstói
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Otros
publicado: 1895-01-01T00:00:00+00:00


VI

Vasili Andreich no tenía ningún frío con sus dos pellizas, sobre todo después del esfuerzo que había hecho para sacar el trineo del montón de nieve; pero un escalofrío le recorrió la espalda cuando comprendió que realmente tenían que pasar la noche allí. Para tranquilizarse, se sentó en el trineo y sacó los cigarrillos y las cerillas.

Entre tanto, Nikita desenganchaba el caballo. Aflojó la cincha y la sufra, desató las riendas, le quitó los tirantes, dio la vuelta a la duga y, mientras hacía todo eso, no dejaba de hablar con el caballo, dándole ánimos.

—Vamos, sal, sal —decía, sacándole de las varas—. Ahora te ataremos aquí y te daré un poco de paja. Cuando comas un poco, te sentirás más alegre.

Pero era evidente que la inquietud de Mujorti no disminuía con los discursos de Nikita. Descargaba el peso del cuerpo tan pronto en una pata como en otra, se apretaba al trineo, se ponía de espaldas al viento y restregaba la cabeza contra la manga de Nikita.

Luego, como si no quisiera apenarle rechazando la paja que le había acercado al hocico, Mujorti, con un movimiento brusco, cogió un bocado del trineo, pero en ese mismo instante decidió que no era momento de pensar en comida y la soltó; el viento la dispersó al instante, llevándola lejos y cubriéndola de nieve.

—Ahora pondremos una señal —dijo Nikita, situando el trineo de cara al viento; a continuación, atando las varas con la sufra, las apoyó en el pescante—. Así, si nos cubre la nieve, algún hombre de bien las verá y nos desenterrará —dijo Nikita, sacudiéndose las manoplas y poniéndoselas—. ¡Así nos lo han enseñado los mayores!

Entre tanto, Vasili Andreich se había desabotonado la pelliza y, protegiéndose del viento con el faldón, encendía una cerilla tras otra en la cajita de acero, pero las manos le temblaban y el viento las apagaba antes de que tuviera tiempo de acercar el cigarrillo. Al final consiguió encender una —iluminando por un instante la piel de su pelliza, su mano con un anillo de oro en el índice doblado y la paja de avena, cubierta de nieve, que asomaba por debajo de la manta— y prendió el cigarro. Aspiró dos veces con avidez, tragó el humo y lo echó a través de los bigotes; quiso tomar otra chupada, pero una ráfaga de viento le arrancó el tabaco encendido y se lo llevó tan lejos como la paja.

No obstante, esas pocas caladas bastaron para alegrarle.

—¡Bueno, si hay que pasar aquí la noche, la pasamos! —dijo con determinación—. Espera, voy a poner también una bandera —añadió, cogiendo el pañuelo, que se había arrancado del cuello y había tirado en el trineo; a continuación, quitándose los guantes, se puso de pie en el pescante y, estirándose para llegar a la sufra, lo ató con todas sus fuerzas.

Inmediatamente el pañuelo empezó a ondear desesperadamente, tan pronto pegándose a las varas como hinchándose, extendiéndose y tremolando.

—¿Has visto qué fácil? —dijo Vasili Andreich, admirando su propia obra y apeándose del trineo—. Estaríamos más calientes si nos sentáramos juntos, pero aquí no cabemos los dos —añadió.



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