Algo irresistible by Elizabeth Bevarly

Algo irresistible by Elizabeth Bevarly

autor:Elizabeth Bevarly
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2000-01-01T18:56:30+00:00


en cuanto lo soltó, volvió a subirse, llamando aún más la atención sobre la piel que ponía al descubierto, como se deducía de la dilatación de las pupilas de Seth, que casi no dejaba ver el azul de sus ojos.

—Oh —empezó Prudence—. Ah, eh —siguió, con gran elocuencia—, creo que... ah... ya me hago yo cargo —consiguió decirle al fin—. No creo que tarde mucho. Lleva despierto un montón de horas, y ya lleva un par de meses que duerme muy bien por las noches. Últimamente, duerme como... como... bueno, como un rorro —sintiéndose incómoda, Pru señaló la puerta, que comunicaba con el cuarto de estar, y sugirió—. Quizá te apetecería servirte otra copa de vino... —era urgente que Seth se alejara, porque el resplandor de su mirada se había convertido ya en una hoguera.

—Me apetece —contestó él, y, antes de entregarle a Tanner, le dio un besito en lo alto de la cabeza. ¿Por qué hacía cosas así? Como si el afecto que iba creciendo dentro de Pru necesitara más alimento.

Con el niño ya en brazos de su madre, Seth le pasó un dedo por la carita, caricia que le valió como respuesta un gorjeo de placer. Pru se ruborizó, creyendo por un momento que era ella quien había gorjeado, pero, al ver a Seth sonriendo al bebé, comprendió que debía de haber sido su hijo. Pero había algo en esa sonrisa que hacía daño, como si Seth pidiera algo que, al mismo tiempo, sabía que nunca podría llegar a pertenecerle.

—Hasta luego —dijo él, antes de que ella reuniera valor para preguntarle qué era eso, y, con una última mirada melancólica, salió.

Una vez fuera del dormitorio infantil, y en terreno familiar para él, el doctor Mahoney hizo bastante más que servir otras dos copas de vino. Apagó todas las luces del cuarto de estar, excepto una lámpara de pie que había en un rincón, dejando la habitación bañada en un suave resplandor crema. Luego encendió la cadena de música de Prudence y revisó todos sus discos, descartando la mayoría, hasta dar con uno titulado Gerswhin para enamorados, que le pareció perfecto.

Cuando llegó ella, a los pocos minutos, conforme a lo prometido, era dueño del terreno. Se había instalado en el sofá, con una copa en la mano, y tuvo la suerte de que su llegada coincidiera con una de las partes más románticas del disco. El doctor Irresistible, por supuesto, se sabía la letra. Sin dejar de tararear, levantó su copa para saludar a Prudence, le indicó que la otra la aguardaba sobre la mesita que estaba delante del sofá, y, finalmente, en voz muy queda, le dijo:

—Ven conmigo.

Nada más que dos palabras, pero que Seth esperaba contuvieran todo un mundo de sugerencias. Y no debía de andar desencaminado, porque ella se quedó blanca al oírlo, abrió de par en par los ojos y empezó a tartamudear.

—Yo... yo... yo...

Lo más difícil para el doctor Mahoney era no sonreír.

—Yo... yo... yo... ya voy.

Y Seth tuvo que luchar para no reírse.

Ella



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