Alexander, Lloyd by P3 El Castillo de Llyr

Alexander, Lloyd by P3 El Castillo de Llyr

autor:P3, El Castillo de Llyr
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


extenso: tienes que aprender montones de cosas, y jamás he conseguido meterme en la cabeza más de una o dos... Pero... ¡Un Fflam siempre está dispuesto a probar suerte!

Los segundos fueron pasando, y Taran acabó oyendo como Fflewddur dejaba escapar un suspiro de abatimiento.

—No consigo hacerla funcionar —murmuró el bardo—. Incluso he probado a darle golpecitos contra el suelo, pero no sirve de nada. Bueno, dej emos que lo intente nuestro amigo Gurgi.

—¡Pena y calamidad! —gimoteó Gurgi después de que el bardo le entregase la esfera y de haberla tenido un rato en la mano—. ¡El desgraciado Gurgi es incapaz de hacer brotar el guiño dorado de la esfera! ¡No, ni con apretones ni tirones, ni tan siquiera con golpazos y tortazos!

—¡Un Fflam jamás desespera! —exclamó Fflewddur—. Pero —añadió con voz melancólica—, estoy empezando a convencerme de que este agujero será nuestra tumba, y que no tendremos ni tan siquiera un túmulo decente que lo indique. Un Fflam no se desanima nunca... pero, lo mires como lo mires, estamos metidos en una situación terrible.

Gurgi le devolvió el juguete a Taran sin decir palabra y éste, desesperado, volvió a sostenerlo en su mano. Pero ahora lo sostenía casi distraídamente, y su mente fue olvidándose de su pro pió apuro para pensar en Eilonwy. Vio su rostro y oyó una vez más su alegre risa resonando más claramente que las notas del arpa de Fflewddur. Y sonrió, incluso cuando estaba recordando su continuo parloteo y lo que le decía en sus momentos de enfado.

Estaba a punto de guardar nuevamente el juguete en su jubón, pero vio algo que le hizo permanecer quieto y clavar los ojos en su mano. Un puntito de luz había empezado a parpadear en las profundidades de la esfera. Y mientras lo observaba, sin atreverse apenas a respirar, el puntito de luz fue haciéndose más grande y brillante.

Taran se puso en pie lanzando un grito no de triunfo sino de asombro. Rayos de una luz dorada brotaban ahora de la esfera, débiles pero sin mostrar señal alguna de que quisieran apagarse. Temblando, alzó la esfera sobre su cabeza.

—¡Ah, el buen amo nos ha salvado! —exclamó Gurgi—. ¡Sí, sí! ¡Él nos ha sacado de la tristeza y el desconsuelo! ¡Alegría y felicidad! ¡La terrible oscuridad ha desaparecido! ¡Gurgi ya puede ver!

—¡Sorprendente! —gritó el príncipe Rhun—. ¡Asombroso! ¡Fijaos en esta cueva! ¡Nunca había sabido que hubiera un sitio semejante en toda Mona!

Y, una vez más, Taran dejó escapar una exclamación de asombro. Hasta ahora había creído que se encontraban en algo parecido a una especie de gran agujero, pero la luz emitida por el juguete de Eilonwy mostraba que se hallaban justo en el comienzo de una inmensa caverna que se extendía ante ellos igual que un bosque congelado por una tempestad de nieve. Grandes columnas de piedra se alzaban por el aire igual que troncos de árbol, curvándose hasta llegar al techo del que colgaban carámbanos de hielo. De las paredes brotaban enormes protuberancias, que parecían brotes de espino y que relucían bajo los rayos dorados de la esfera.



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