Aléxandros II Las arenas de Amón by Valerio Massimo Manfredi

Aléxandros II Las arenas de Amón by Valerio Massimo Manfredi

autor:Valerio Massimo Manfredi [Manfredi, Valerio Massimo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Spanish, novela histórica
ISBN: 9789685956802
publicado: 2008-10-10T09:23:54+00:00


32

Los jóvenes que habían expresado su deseo de reunirse con sus esposas se marcharon a comienzos del otoño a Macedonia, a donde iban a pasar el invierno, y poco después partió Parmenión con una parte del ejército y la caballería tesalia. El rey, tras haber evacuado consultas con el viejo general, había confiado el mando a su primo Amintas, que se había comportado con gran valor y lealtad. Se unieron a ellos también El Negro, Filotas y Crátera.

Alejandro mantuvo por tanto un Consejo restringido con Seleuco, Tolomeo y Eumenes, a los que invitó a cenar.

Para no provocar celos, se las había ingeniado para que sus otros compañeros y el mismo Hefestión estuvieran ocupados en el territorio circundante y que los tres a los que había llamado para que compartiesen su comida tuvieran la sensación de haberse quedado en el campamento por simple casualidad. Pero el asunto que Alejandro discutió con ellos les convenció de que el rey tenía necesidad en aquel momento de confiar sobre todo en su inteligencia más que en su brazo.

No fueron admitidos tampoco los siervos, y Leptina se encargó por sí sola de llevar la comida a los comensales, que estaban sentados en torno a una mesa igual que cuando se encontraban en Mieza siguiendo las lecciones de Aristóteles.

—Nuestros informadores me dicen que Memnón se ha hecho enviar por el Gran Rey una suma enorme, con gran riesgo, por vía marítima. Con ella trata poner en pie a un ejército de más de cien mil hombres e invadir Grecia. Pero sobre todo parece que ha comenzado a hacer generosos regalos a muchos hombres influyentes diseminados por todas las ciudades griegas. El general Parmenión me ha expresado ya su parecer…

—¿Volver a casa? —trató de adivinar Seleuco.

—En efecto —admitió Alejandro,

Leptina comenzó a servir la cena: pescado asado y legumbres con un vino alargado con agua. Una comida ligera, señal de que el rey quería que todos estuvieran en todo momento lúcidos.

—¿Y tú que piensas hacer? —preguntó Tolomeo.

—Yo ya he tomado una decisión, pero quiero conocer vuestra opinión. ¿Seleuco?

—Yo digo que sigamos adelante. Aun en el caso de que Memnón levantara en armas a Grecia, ¿qué sucedería? No logrará nunca poner los pies en Macedonia porque Antípatro no se lo permitirá. Y si nosotros continuamos ocupando cada puerto de la costa asiática, el Gran Rey no conseguirá mantener ningún contacto con él. Al final tendrá, en cualquier caso, que capitular.

—¿Tolomeo?

—Yo pienso lo mismo que Seleuco. Sigamos adelante. Sin embargo, si se encontrase la manera de dar muerte a Memnón, sería aún mejor. Así nos ahorraríamos un montón de quebraderos de cabeza y privaríamos al Gran Rey de su brazo derecho.

Alejandro pareció conmocionado y sorprendido por aquella propuesta, pero continuó su consulta:

—¿Y tú, Eumenes?

—Tolomeo tiene razón. Sigamos adelante, pero tratemos de eliminar a Memnón si nos es posible, pues es demasiado peligroso e inteligente. Resulta imprevisible.

Alejandro permaneció en silencio unos instantes masticando sin mucha convicción su pescado, y a continuación se echó al coleto un trago devino.

—Entonces sigamos adelante. Le



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