Alatriste 03 - El sol de Breda by Pérez-Reverte Arturo

Alatriste 03 - El sol de Breda by Pérez-Reverte Arturo

autor:Pérez-Reverte, Arturo [Pérez-Reverte, Arturo]
Format: epub, mobi
Tags: General Interest
publicado: 2009-12-12T22:13:43+00:00


Aprovechaba yo mis idas y venidas al canal para echar vistazos al camino que venía del molino Ruyter y de Oudkerk, por si llegaba el socorro, pero siempre encontraba el camino vacío. Eso me permitía también abarcar la extensión del campo de batalla, con los holandeses enfrente y los dos tercios cerrándoles el paso a ambos lados del camino, el español a mi izquierda y el de Soest a la diestra. Todo era infinidad de destellos de acero, fogonazos de mosquetería, humo de pólvora y banderas entre tupidos bosques de picas. Hacían muy bien su deber nuestros camaradas valones, pero lo cierto es que llevaban la peor parte, estrechados muy de cerca por la arcabucería hereje y agrias cargas de caballos corazas. Cada vez, después de rechazar un nuevo asalto, se levantaban menos picas en el escuadrón; y aunque los de Soest eran gente de mucha honra y vergüenza, empezaban a debilitarse sin remedio. El mal lance era que si ellos se iban abajo, los holandeses podían adelantarse por su terreno para ganar espaldas al tercio de Cartagena, flanqueándolo y estorbándolo mucho, y el molino Ruyter y el camino a Oudkerk y Breda estarían perdidos. Regresé a mi tercio con esa inquietud en el ánimo, y no me alentó pasar junto a nuestro maestre de campo, que con sus oficiales y entretenidos estaba a caballo en el centro del escuadrón. Un golpe de mosquete holandés se le había demorado en la coraza por venir cansado de lejos, haciéndole muy linda abolladura en el peto repujado milanés; pero amén de eso nuestro coronel parecía con buena salud, a diferencia de su corneta mayor, a quien habían matado de un tiro en la boca y ahora estaba en el suelo, a los pies de los caballos, sin que a nadie se le diera una higa. Vi que don Pedro de la Daga y su plana mayor observaban, ceños fruncidos, las castigadas filas de los valones. Hasta yo mismo, en mi bisoñez, comprendía que si se venían abajo los de Soest, los españoles, sin caballería que nos abrigase no tendríamos otra que retroceder hacia el molino Ruyter para no ser flanqueados; con el ruin efecto que ver al tercio retirarse podía acarrear en tal lance. Que una cosa es el respeto y temor del enemigo cuando topa con un muro de hombres resueltos, y otra ver que éstos buscan menos reñir que su salud, aunque lo hagan despacio y sin perder las maneras. Y más en un tiempo en que los españoles teníamos tanta fama de crueldad en los asaltos como de orgullo e impavidez a la hora de morir, sin que hasta entonces casi nadie nos hubiese visto la color de las espaldas ni en pintura; con lo que valían parejas nuestras picas y nuestra reputación.



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