Alarma en Nueva Orleans by Ricky Drayton

Alarma en Nueva Orleans by Ricky Drayton

autor:Ricky Drayton
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policial, Novela
publicado: 1952-11-12T23:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

Llamé a la redacción, y le di a Reagan, corregida y aumentada, la historia de miedo que me había pedido. La única diferencia estaba en que ahora era verdad, y muchísimo mejor de lo que él había esperado.

—Magnífico —me dijo, cuando acabé de dictar. Luego añadió—: Oye: ¿sabes que ocurren cosas muy extrañas en ese circo? Gente asesinada…, incendios…, y ahora…

—¿Ahora, qué? —pregunté.

—¡Un feroz león que se ha escapado hace unos instantes! —me contestó—. Como digo: el más grande y más fiero de los leones machos. Voy a empalmar el reportaje que me acabas de transmitir, con esta última noticia, y le pondré unos titulares que dirán: «¡Dos devoradores de personas, sueltos por Nueva Orleans! ¿Qué tal te parece?».

—Diabólico como el mismo diablo, pera ya está bien. ¡Adelanté! Y ahora, Reagan, déjame que te diga que eres un verdadero genio cuando se trata de dar a un clavo con un martinete, pero si esperas que me pase la noche cazando leones, andas muy equivocado. Yo soy un reportero de crímenes; no un explorador de la selva.

—¡Bien, hombre, bien! —exclamó Reagan—. ¡Precisamente de un crimen se trata! Según parece, al león ése lo han soltado deliberadamente.

—¿Eh?

—Como te digo: alguien golpeó en la cabeza al guardián de noche con un instrumento contundente, y abrió la puerta de la jaula —replicó Reagan.

—Más bien parece como si el león hubiese sido robado… —opiné yo.

—¡Pero hombre de Dios, no digas disparates! —protestó Reagan—. ¿A quién se le ocurre robar un león?

—A nadie, desde luego —repuse—, como no sea a un explorador de talentos para una compañía cinematográfica, o a un chiflado.

Me acordé entonces de las palabras de Grazia Mara observando la bola de cristal. «Veo a un hombre loco por los leones», había dicho. «Loco de remate»…

Me dije que debía esforzarme en no divagar. Yo creo en las pitonisas tanto como en Santa Claus o en que lo más delicioso del mundo sea estar entre buenas chicas. De todos modos me produjo una sensación rara oír mi propia voz repitiendo aquella profecía hecha por la vieja dama del fantasmagórico carruaje.

Llamé de nuevo por teléfono; esta vez a una casa de recambios de automóviles para decirles que vinieran a toda máquina para colocar un nuevo distribuidor en el delco de mi coche. A continuación cogí un «taxi» y regresé al lugar donde estaba emplazado el circo. Los policías se habían volcado allí como una nube de moscas sobre una carroña.

Uno de los ayudantes de O’Rourke, el teniente Mike Menotti, estaba al frente de una patrulla de flatfeet[5] que iban registrando el carromato de Joey, el payaso, desde las ruedas para arriba. Mike me dijo que su jefe estuvo en el lugar del asesinato, y que se había lanzado la voz de alarma ordenando urgentemente la persecución de Ed Slincy.

—¿Tiene usted idea de la causa que pudiera haber motivado el suceso, Ricky? —me preguntó Mike.

—Hay unas faldas de por medio, me figuro —repuse—. Según parece, Susannah Tyrone, la dama que trabajaba en el número de los leones, era una antigua amante de Ed.



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