Al oeste del corazón by Diana Gael

Al oeste del corazón by Diana Gael

autor:Diana Gael [Diana Gael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántica
publicado: 2016-03-16T23:00:00+00:00


15.

Ruth había encontrado una cueva con una bonita sombra para descansar y ver una peli en la tablet. Esperaba que los tortolitos estuvieran haciendo lo que les era propio, mientras ella trataba de matar el tedio y no pensar en el futuro o futuros que amenazaban su tranquilidad. También deseaba que Cayetano no volviera a probar el alcohol. O tenía muy poco aguante o las bebidas de esa época eran demasiado potentes para los hígados de la era del silicio. No quería que tuviera excusas para toquetearla y besarla sin su permiso.

Desde donde estaba, con los auriculares puestos, no los veía ni oía, lo cual, en teoría no estaba bien. Su obligación era velar por la clienta. Nunca se había parado a pensar qué le ocurriría de perder una. Estaba segura, no obstante, de que sería algo terrible y doloroso. Y de que no podría contarlo.

Una sombra alargada se proyectó delante de sus pies. Se arrancó los auriculares de los oídos y agarró la pistola. La sombra tenía forma de chico malo con sombrero de ala ancha. En realidad, eran tres sombras de diferentes longitudes.

Cuando miró al exterior, descubrió los objetos que las producían: en efecto, tres chicos malos que se sonreían con toda la lascivia posible al ver hembra.

—¿Pero qué tenemos aquí? Chica… ¿te has perdido? —dijo un barbudo moreno con una cicatriz sobre la narizota—. A lo mejor podemos ayudarte a encontrar el buen camino.

—Gracias, pero me las arreglaré sin ayuda de violadores en potencia —respondió Ruth.

Se puso de pie cual alta era sin dejar de apuntarles. Esperaba que las arrugas profundas de su entrecejo les dejaran bien claro que no era de las que dudaban a la hora de apretar el gatillo.

—Yo que tú apuntaría hacia otro lado con ese cacharro, no sea que se dispare accidentalmente —dijo el que parecía mayor, un tipo delgaducho con canas en las sienes y el bigote.

—Si se dispara, no será accidentalmente —dijo Ruth, seria—. Aviso que mis balas tienen tendencia a irse hacia la entrepierna. Es por un defecto de fabricación del cañón.

Los hombres rieron con acento bronco.

—¡Qué curioso! Yo también tengo tendencia a irme hacia la entrepierna de las mozas. —El más bajito, también algo orondo, iba de graciosillo—. ¿No te da calor esa túnica o lo que sea?

—Para nada. ¿Por qué no os vais a dar una vuelta por ahí y todos tan contentos?

Los desconocidos se miraron. Parecían enviarse mensajes en clave de naturaleza perversa, a juzgar por sus expresiones. El más alto y mayor, el canoso, adelantó un pie. Su bota llena de barro y polvo se frenó en seco al ver el cañón del arma de Ruth alzándose de pronto.

—Tranquila —dijo el tipo, extendiendo los brazos hacia arriba con talante conciliador—. Podemos charlar de manera amistosa ¿Quién eres y qué haces en este lugar? ¿No te das cuenta de que esta es una tierra llena de peligros para una dama inocente y pura?

—Inocente y pura tu puta madre, pero sí, habla amistosamente, que yo busco el blanco.



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