Al lado del hombre by Carmen Kurtz

Al lado del hombre by Carmen Kurtz

autor:Carmen Kurtz [Kurtz, Carmen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1961-03-01T00:00:00+00:00


—¿No lo cree así? —dijo él al cabo del rato.

—Sí. Claro. Siempre nos miramos con cierto afecto. Sería trágico que los otros nos dijeran nuestros pecados. Sería también injusto, ya que la intención es un factor muy importante. En el pecado, la parte objetiva apenas si tendría que contar. Es mejor así. Pero ¿cree usted que Roberto hablará a Cintia?

—Le costará. Prefiere la compañía de los hombres (evidentemente) y, de no ser así, de las mujeres maduras. De todos modos, tiene un buen tema de conversación: habla de sí mismo. De sus carteles de nobleza (tipos así siempre tienen en su baraja algún príncipe oriental, se cartean con los reyes destronados y tratan de tú a las viejas ladies de la Costa Azul). De su carrera. De su fortuna y sobre todo, de su integridad.

El sol de las primeras horas de la tarde resbalaba sobre las hojas de los álamos y el césped se erguía o se aplacaba al contacto del viento. Una gran fábrica de galletas quedó atrás, y ante la ventanilla se extendían los prados con sus parcelas de cultivo y los pastos donde pacían los animales. Una urraca alzó el vuelo y se posó encima de un muro de piedra. Ladeaba la cabeza como si estuviera contemplando el tren. El plumaje negro y blanco se destacaba sobre un cielo desteñido de azulina. El mismo color que los aldeanos utilizaban para pintar las fachadas de sus casas. El episodio de Roberto la dejó pensativa. El hombre que hablaba de Roberto parecía estar siempre en estado de defensa, peor aún, en constante disposición de ataque. El hombre que hablaba de Laura, el que refiriéndose a la pareja de hombre y mujer ya maduros decía: «Me entran ganas de acercarme para darles las gracias. Es el espectáculo más reconfortante que pueda ofrecernos la vida», era asequible, tremendamente vulnerable. El viaje le estaba pareciendo corto. En otras ocasiones el trayecto se le figuraba mortalmente largo y sentía la impaciencia de la llegada y el peso del tiempo. Le hubiera gustado saber algo más de esa Laura que cambiaba al hombre. Pero el relato se había interrumpido tontamente. Algo sin importancia —unas piedras, la forma de una montaña, el color de unas tierras—, dio fin al relato del hombre que viajaba a su lado.

—Dígame —le preguntó—: ¿su padre llegó a conocerla?

No tuvo necesidad de decir un nombre. Él contestó:

—Sí. Claro.

Volvió a quedarse callado, como si algo muy importante sucediera en un punto del vagón que ella no pudiera ver, por estar al lado de la ventanilla, y por consiguiente más arrinconada con respecto a los demás viajeros.

—¿Y cómo fue el encuentro? —insistió ella.

—Desastroso.

—¿Desastroso?

—Vino a Santiago con el único propósito de conocerla. Aquel día la esperábamos en el Suevia y, al verla entrar, no pude menos de conmoverme. A riesgo de parecerle un tonto le diré que todo en ella me conmovía, hasta el menor de sus gestos. Mi padre y yo estábamos esperándola en el café y la recuerdo abriendo la puerta, el brazo algo separado del cuerpo, los ojos buscándome y los labios entreabiertos.



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