Agnes by Javier Peña

Agnes by Javier Peña

autor:Javier Peña [Peña, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2021-09-01T00:00:00+00:00


5

El relato de Nata

Marrakech (Marruecos), octubre de 2012

Afirma Foret que el quinto relato de su biografía sucede pocas semanas después de la muerte de La chica del tiempo. Afirma que comienza en una terraza de un riad marroquí con un padre, una hija y una tortuga.

La niña se había obcecado con el dichoso animal desde que llegaron a Marrakech. La ciudad no le importaba lo más mínimo: los olores intensos, los colores suaves, los ropajes extraños. Solo quería volver al hotel y subir a saltos los escalones de la terraza para darle un trozo de lechuga a Vainilla.

—Papá, me gustaría que fueras como Vainilla.

—¿Quieres que sea como una tortuga?

Vainilla avanzaba con lentitud exasperante hacia el cuadradito de verdura que la niña acercaba al suelo con el brazo extendido. La tortuga sabía que la comida sería suya en cualquier caso. O tal vez no le resultaba muy apetecible. O puede que no fuera capaz de moverse de otra forma.

—No es una tortuga cualquiera, es Vainilla.

Canturreaba «Vainilla». Enunciaba la frase con normalidad, pero cuando llegaba al nombre sonaba «Vái-ní-llá», un acento en cada sílaba.

—Vai-ni-lla —repitió.

Afirma Foret que al principio pensó que le daría miedo. Las tortugas son animales de aspecto temible, como dinosaurios resabiados. Esta tenía un tamaño considerable; cuando metía la cabeza y las patas en el caparazón parecía un balón de fútbol deshinchado.

—¿No tienes miedo de que te muerda?

Sus ojitos caídos le miraron con incredulidad. Tenía la cara redonda y la nariz demasiado grande. Era robusta y no muy alta; pesaba diez kilos más que las niñas de su edad. Lo más hermoso en ella era su voz, rasgada, casi afónica. Anne Marie quería llevarla al otorrino, pero a él le encantaba su voz y bajo ningún concepto quería que cambiase.

—¡Papá, es Vai-ni-lla!

Le daba igual llevar solo dos días en Marrakech, para ella la tortuga era de la familia. A juzgar por las horas que se habían pasado en la terraza, tranquilamente podría serlo. Lo que asustaba al hombre que sería Luis Foret era pensar en el día de la despedida, cuando la niña se diera cuenta de que Vainilla tenía que desaparecer de su vida. Sería lo más parecido a la muerte que iba a experimentar a sus seis años. Un aprendizaje tan útil como doloroso. Salvo que, egoístamente, no le apetecía estar delante en ese momento. Solo de pensarlo, afirma, le entraban ganas de echar a correr.

—¿Por qué se llama Vainilla?

El sol calentaba con fuerza aquel octubre. El hombre que sería Luis Foret trataba de evitar la terraza del riad en las horas centrales del día. Prefería descansar con la niña en la pequeña piscina interior, una alberca diminuta en la que bebía limonada mientras Nata chapoteaba preguntando cuándo podía subir a ver a Vainilla.

—Se llama Vainilla porque es el nombre que le pusieron Paul y Thérèse.

Paul y Thérèse eran los dueños del riad.

—A mí también me gustaría llamarme Vainilla. ¿Por qué no me pusisteis Vainilla, papá?

—Porque ya se llama así la tortuga. No podéis llamaros igual. Hagamos una cosa: a partir de ahora te llamaré Nata.



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