Adiós, Poeta... by Jorge Edwards

Adiós, Poeta... by Jorge Edwards

autor:Jorge Edwards
La lengua: spa
Format: epub
Tags: nonf_biography
ISBN: 9788472231917
editor: www.papyrefb2.net


EL PESO DE LA RAZÓN

No puedo más con la razón al hombro...

La verdad, Memorial de Isla Negra

De acuerdo con el sistema conocido como «rotativa», un diplomático de carrera pasaba cinco años en el extranjero y entre dos y tres en Chile, adscrito al Ministerio de Relaciones Exteriores. A finales de 1966, poco después de mi absurdo viaje a Estocolmo. y de nuestras vacaciones en Grecia, empezamos a preparamos para el regreso. En los primeros días del año 67 entregamos el departamento de la Avenue Bosquet y nos trasladamos a un pequeño deux pitees de la Rué de Lille, cerca del corazón del Barrio Latino, a pocos metros de la muy conocida Rué des Saints-Péres. Frente a las ventanas altas, estrechas, descuadradas, que se cerraban con dificultad, divisábamos los escaparates polvorientos de una librería de emigrados rusos. Un poco más allá había un restaurante especialista en vinos, La Enoteca. Hacia atrás, alejándose del Sena, se extendían callejuelas, bistrós, librerías de viejo, tiendas de anticuarios, y un edificio de paredes blancas, de dos pisos, con una placa de mármol que indicaba que allí había vivido una de las figuras legendarias de la vanguardia poética europea, Guillaume Apollinaire, el autor de Alcools y de Calligrammes, el ensayista de las Meditaciones estéticas, el amigo de Vicente Huidobro. Nuestros hijos, Jorge y Ximena, habían partido a Chile a pasar el verano con mis padres, para entrar después a un colegio en Santiago. Ximena había bajado del avión, y en lugar de hablar en francés, como era de esperar, había chapurreado, para asombro de todos, algunas frases griegas aprendidas en su largo veraneo en Leros.

Pablo y Matilde hicieron una de sus aparatosas apariciones en París cuando ya estábamos en la Rué de Lille. Pablo, con una forma de suspicacia muy suya, acentuada en este caso por el sonido metálico que tiene en Chile el apellido Edwards, siempre creyó o sospechó que yo contaba con substanciosos recursos personales, aparte de mi modesto sueldo de secretario de embajada. Por este motivo, no miró con muy buenos ojos el que nos hubiéramos encerrado a vivir en un departamento mínimo, de estudiantes o de intelectuales pobres. «No creo en las pobrezas de los ricos», solía decir, y su incredulidad, de hecho, se justificaba en muchas ocasiones, ya que los ricos chilenos eran casi siempre, como él también decía, «pichiruches». En cualquier caso, tomó esto de la covacha en la Rué de Lille, que no era, por lo demás, ni fea ni desagradable, con sentido del humor, y procedió a visitarla y a sacarle partido con toda la soltura de cuerpo de sus últimos años, esa soltura que le había valido la acusación de sus colegas de Cuba.

Nos encontramos al mediodía y almorzamos en La Enoteca con Matilde y con él, con los Marcenac, quizás con Aragón, con algún otro, porque siempre alrededor de Neruda se formaban grupos más o menos grandes, y siempre aparecían caras nuevas, a menudo insólitas. Yo regresé a mi trabajo en la embajada, donde esas frecuentaciones



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.