Las dos vidas del señor Roos by Håkan Nesser

Las dos vidas del señor Roos by Håkan Nesser

autor:Håkan Nesser [Nesser, Håkan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 25

—¿Y por qué no quieres denunciarlo?

Cuatro horas más tarde.

Otra habitación del mismo hospital y ninguna grúa amarilla. En su lugar, una mampara verde en torno a dos cuartas partes de la cama, un loable intento de crear una ilusión de privacidad.

Apenas una ilusión. Había otros dos pacientes en la misma habitación, con escayolas en diversas partes de sus cuerpos, que a todas luces estaban lo bastante cerca como para oír todo lo que se decía a no ser que se bajara mucho la voz. Uno de ellos, un caballero de unos ochenta años, hablaba a gritos con su mujer por teléfono, despejando cualquier duda que uno pudiera haber tenido a ese respecto.

Marianne había estado de visita. Sara y Jorge también. Una serie de médicos y enfermeras habían pasado a verlo para explicarle que la intervención había ido bien y que no se encontraba nada mal. Le darían el alta al día siguiente o dentro de dos días, y luego podía contar con entre cuatro y seis semanas con la escayola. Probablemente iban a tener que cambiársela un par de veces.

Pero ahora Alice Ekman-Roos había vuelto, a pesar de que ya no se hallaba en su planta. Eran las siete y media de la tarde, el cielo al otro lado de la ventana había empezado a oscurecer adquiriendo un tono más violeta.

Ella inspiró hondo y lo contempló con gesto serio.

—Porque quizá no es más que una historia banal y vergonzosa.

Barbarotti tardó unos segundos antes de responder.

—La policía está acostumbrada a historias banales y vergonzosas.

Ella suspiró y dejó de mirar a Barbarotti. Fijó sus ojos en la ventana.

—Lo entiendo —dijo ella—. Solo que no quiero que se sepa si resulta que es así…, pero también puede ser algo grave. Como decía.

—¿Grave?

—Sí, podría haberle pasado algo. Puede haber sufrido un accidente o… no sé.

—No entiendo muy bien qué es lo que quieres que haga yo —respondió Barbarotti—. Estoy un poco indispuesto, como puedes ver. —Hizo un gesto hacia la escayola al tiempo que procuraba hacer una mueca irónica.

—Sí, claro. Me voy enseguida si te molesto. En realidad solo quería pedirte un consejo. Ya que fuimos compañeros de clase, y tú eres policía y eso.

Gunnar Barbarotti asintió con la cabeza. Hasta ahí había llegado a contarle antes de que los interrumpieran en la sala de reanimación.

Pero no mucho más. Que el marido desaparecido se llamaba Valdemar y que no lo había visto desde el domingo pasado. Hoy era martes. Bebió un trago de agua de la taza que había encima de la mesilla y se decidió.

—De acuerdo —dijo—. Cuéntamelo. Tampoco tengo mucho más que hacer.

—Gracias —contestó ella, y acercó la silla un poco más—. Muchísimas gracias. Sí, me acuerdo de que parecías un tipo simpático… Quiero decir, en esa época, cuando íbamos al instituto. Aunque nunca llegamos a hablar mucho.

—El domingo —dijo Barbarotti para desviar el tema del instituto—. ¿Has dicho que tu marido desapareció el domingo?

Ella se aclaró la voz y entrelazó las manos.

—Eso es. Hablé con él por teléfono a eso de las seis de la tarde.



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