Huesos by Ramiro Pinilla

Huesos by Ramiro Pinilla

autor:Ramiro Pinilla [Pinilla, Ramiro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1997-11-20T00:00:00+00:00


En las tres o cuatro semanas siguientes, Asier no dejó de pensar en la necesidad de presentarse a don Manuel para completar la divulgación de su noviazgo. Además, perseguía el mostrarle, para su vergüenza, no sólo un ejemplo de noviazgo, no sólo que la gente aún seguía casándose, sino al evolucionado adolescente que ya había dejado muy atrás aquellos malditos 15 años.

Fueron dos encuentros, ninguno casual, aunque el primero pudo parecerlo, y esta posibilidad de darlo por concluido sin más miramientos determinó su inutilidad, pues Asier huyó en cuanto no pudo soportar la presencia del maestro, contradiciéndose a sí mismo: se comportó como la florecilla incorrupta que juraba ya no ser.

Asier llevó a Nerea en mayo a pasear a La Galea, la meseta sobre la mar que don Manuel solía recorrer casi a diario, incluso en invierno. En cuanto el maestro apareció en la distancia comprendió ella la razón de estar allí.

—Vámonos, demos la vuelta, no quiero hablar con él —protestó.

—No hables. Hablaré yo —dijo Asier.

El encuentro también resultó superior a las fuerzas de Asier Altube. Intercambiaron un saludo y poco más. No pudo evitar el revivir fugazmente la inolvidable escena de don Manuel y Anaconda sobre el séptimo pupitre de la última fila y a punto estuvo de retornar a las vomitonas. Por su parte, don Manuel se inhibió, permitió que Asier continuara marcando los tiempos y los espacios entre ambos. Hubo un “hola”, por un lado, un “¿qué hay?”, por el otro, y el silencio de Nerea.

—A la altura del Faro encontraréis una brisa agradable —informó don Manuel innecesariamente.

—Hacia allá vamos —dijo Asier, reanudando el paseo que ni él mismo supo con certeza si había interrumpido.

Cayó en otra depresión, pues no era la primera vez que había de responderse a la pregunta de si era tan difícil desprenderse de los 15 años, o imposible, y en ese caso don Manuel tendría razón.

Volvió a la carga tres domingos después.

—Vete solo —dijo Nerea.

—Ha de vernos a los dos.

—¿Es tan importante? ¿Así te apartas tú de los que no te caen bien?

—¡Quiero que recuerde que aún existen parejas de novios en el mundo y que él podría hacer lo mismo! —exclamó Asier.

—Qué tontaina eres…

—¿Es que no te gustaría echarle en cara lo de la señorita Mercedes? ¿No quieres siquiera avergonzarle?

Durante el paseo de ese domingo los pasos de Asier les llevaron al portal de don Manuel.

—Yo no subo a esa casa —dijo Nerea.

—Pues a ver cómo le voy a avergonzar yo solo.

—Le dices que estoy abajo, le dices que cualquier día lo emplumamos las mujeres, le dices… ¡algo! Le dices, le hablas, no sólo que te lo lea en los ojos. ¡Suéltale una fresca!

—Ya le he hablado, te lo dije —barbotó Asier.

—Bueno… no sé… me gustaría oírlo.

Asier la empujó del brazo escaleras arriba. El edificio era pequeño, como un cajoncito entre dos casas no mucho mayores, y de dos plantas. El maestro vivía en la de arriba con su madre. Asier llamó suavemente a la aldaba. No era la primera vez que lo hacía, pero el mundo había cambiado.



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