Wibberley Mary by Consuelo

Wibberley Mary by Consuelo

autor:Consuelo [Consuelo]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


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Amor robado

Mary Wibberley

Protagonistas: Luke Tallon y Janna Thorne

Luke amaba a Annabel, pero Janna habia compartido con él una semana que nunca podría olvidar.

Después de morir su padre, Janna se quedó sola en Sudamérica, hasta que Luke Hayes-Ross entró en el restaurante donde ella trabajaba. Con él, el viaje de Janna a Inglaterra y la posibilidad de encontrar a su familia, estaban asegurados. Los días que pasó con Luke la hicieron comprender que no era agradecimiento lo que sentía por él, sino amor. Por un corto período de tiempo, Luke sería suyo... e Inglaterra y la prometida de él estarían a miles de kilómetros de distancia. Janna se preguntaba, con desesperación, si en el corazón de Luke habría un lugar para ella.

JANNA, se compadeció del hombre que había entrado aunque no sabía por qué. No era distinto a los demás clientes de la cantina. Parecía cansado y hambriento, como si no tuviera mucho dinero. Llevaba unos pantalones vaqueros raídos y una camisa de algodón.

Janna se acercó a la mesa en la que él se había sentado.

—¿Señor? —le preguntó.

El levantó la vista del cigarrillo que estaba liando. Sus ojos eran grises, más oscuros que los de ella. Tenía la nariz recta y llevaba barba de varios días.

—Café, por favor... solo —respondió él, en español—. Y comida. ¿Qué tienen de comer, muchacho?

Parecía que tenía hambre y Janna le dirigió una sonrisa. Ya se había acostumbrado a que la llamaran muchacho. Se había cortado el pelo para que el disfraz fuera perfecto y los gastados pantalones de cuero, con la gruesa camisa, ocultaban cualquier indicio de feminidad. Sólo la señora López sabía su identidad, la había recibido y le había dado albergue durante las últimas cinco semanas, para pagar así una antigua deuda que tenía con su padre.

—Lo mejor que tenemos, señor, es el pescado. No le recomiendo carne esta noche —le respondió, también en español.

Él asintió con la cabeza.

—Entonces, que sea pescado... y ensalada.

—Sí, señor.

Le llevó primero el café. La cantina ya se estaba llenando; era viernes. Se percibía el olor a vino barato en el salón y se oían las carcajadas de los borrachos. Janna se iría pronto a su habitación, antes de que empezaran a discutir. La señora López sabía arreglárselas muy bien en esos casos y prefería que la joven no estuviera allí cuando llegaran los obreros de la refinería de petróleo, que estaba a un kilómetro de allí, cerca de los muelles.

Janna sonrió cuando le sirvió el pescado y la ensalada en el plato. El forastero no sabría que ella le estaba dando más de lo debido; ni tampoco se enteraría la señora López, si ella llevaba la bandeja de modo que no se viera desde el bar.

—¿Señor? —le dijo, al ponerle el plato en la mesa—. ¿Quiere vino con la comida?

Él negó con la cabeza, miró al plato y luego a la joven.

—No, gracias. ¿Siempre sirven tanto aquí?

Ella miró a su alrededor para asegurarse de que no la oía la señora López .

—Parecía usted muy hambriento, señor —respondió ella en voz baja.



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