Warlock by Oakley Hall

Warlock by Oakley Hall

autor:Oakley Hall [Hall, Oakley]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1958-01-01T05:00:00+00:00


Diario de Henry Holmes Goodpasture

10 de abril de 1881

Es imposible observar los acontecimientos sin sentir nada. A todos nos afectan en cierta medida, interior o exteriormente. Los nervios están a flor de piel, las pasiones se desatan y vuelven a suscitarse partidismos que, aun en mi propio caso, van más allá de toda razón.

Debe constituir una experiencia convulsiva hacer frente a una turba enardecida, como Schroeder y Gannon hicieron anoche; no una, sino dos veces, y acabar pisoteados por hombres que no eran sino bestias furibundas. Escribo esto para tratar de entender a Carl Schroeder, y también en memoria suya. Veo ahora que su cargo ha servido para ennoblecerlo, como hizo con Canning, su antecesor. En vida no le reconocimos muchos méritos, y creo que fue porque se parecía demasiado a nosotros. Que Dios lo tenga en su gloria; se merece una pequeña y humilde porción de paraíso, que es todo lo que él habría deseado.

Era una persona ecuánime y afable. Quizá no fuese el hombre más idóneo para desempeñar el cargo en esta ciudad. Pero ¿quién habría sido enteramente adecuado salvo, quizás, el propio Blaisedell? Tengo la impresión de que la creciente autoridad de Schroeder (¿y acaso no era en parte también nuestra?) se debía en buena medida a la presencia y ejemplo de Blaisedell. Creo que la caída en desgracia de Blaisedell le produjo una desagradable conmoción. Dado que sacaba sus fuerzas del comisario, debe haber tenido bien presentes las crueles vicisitudes del error, las murmuraciones, o los simples y nauseabundos embustes de que son víctimas, como Blaisedell y él mismo, los servidores de una ley rudimentaria.

Pobre Schroeder, muerto no sólo en una indigna reyerta callejera, sino en uno de las innumerables altercados sobre Blaisedell y McQuown. Buck Slavin oyó la discusión, y vio el final; afirma que, en su opinión, tanta culpa tuvo Carl como Curley Burne. Asegura también que en la pelea había una rencilla más honda, pero pienso en mis propios sentimientos, y sé que no habría hecho falta mucho para suscitar en mí una rabia mortal.

Buck estuvo presente en el General Peach casi hasta la muerte de Schroeder, y afirma que el ayudante del sheriff se reprochaba amargamente haber caído en la artimaña llamada «giro del salteador». Es un truco consistente en entregar la pistola con la culata por delante para luego voltearla rápidamente con el índice en el gatillo, y disparar cuando se nivela el cañón. Es un proceder repugnante. Curley Burne ha tenido en esta ciudad más amigos, con mucho, que ningún otro de la cuadrilla de McQuown. Pero ahora sólo tiene enemigos jurados.

Gannon no ha acompañado a la partida que salió en persecución de Burne quizá, como sugiere Buck, porque Curley había sido buen amigo suyo o, como dice el médico, porque Carl expresó el deseo de que permaneciese a su lado hasta el último momento. A poco de morir Schroeder, los mineros prendieron fuego al Glass Slipper, y Gannon ha estado ocupado tratando de sofocarlo. La opinión mayoritaria es que se ha entretenido demasiado con el incendio, y que su verdadera obligación era ir con la partida.



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