Viaje al centro de la Tierra by Jules Verne

Viaje al centro de la Tierra by Jules Verne

autor:Jules Verne [Verne, Jules]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1864-01-01T05:00:00+00:00


23

Durante una hora, imaginé en mi cerebro delirante todas las razones que habían podido mover al tranquilo cazador. Por mi cabeza pasaron las ideas más absurdas. ¡Creí que iba a volverme loco!

Pero, por fin, se produjo un ruido en las profundidades del abismo. Hans regresaba. La luz incierta comenzaba a deslizarse sobre las paredes, luego desembocó por el orificio del corredor. Apareció Hans.

Se acercó a mi tío, le puso la mano en el hombro y le despertó suavemente. Mi tío se levantó.

—¿Qué pasa? —dijo.

—Vatten —respondió el cazador.

Debo creer que bajo la inspiración de violentos dolores todo el mundo se convierte en políglota. Yo no sabía ni una palabra de danés, y sin embargo comprendí por instinto la palabra de nuestro guía.

—¡Agua! ¡Agua! —exclamé yo, batiendo las manos, gesticulando como un insensato.

—¡Agua! —repetía mi tío—. Hvar? —le preguntó al islandés.

—Nedat —respondió Hans.

¿Dónde? ¡Abajo! Lo comprendí todo. Yo había cogido las manos del cazador y las estrechaba con fuerza mientras él me miraba con calma.

Los preparativos de marcha no fueron largos, y pronto caminábamos por el pasadizo cuya pendiente alcanzaba los dos pies por toesa.

Una hora más tarde habíamos caminado unas mil toesas y descendido dos mil pies.

En aquel momento oí nítidamente un sonido inusual correr por los flancos de la muralla granítica, una especie de mugido sordo, como un trueno lejano. Durante la primera media hora de marcha, al no encontrar el manantial anunciado, sentía que la angustia se apoderaba de nuevo de mí; pero entonces mi tío me informó sobre el origen de los ruidos que se producían.

—Hans no se ha equivocado —dijo—, lo que oyes es el mugido de un torrente.

—¿Un torrente? —pregunté.

—Es indudable. Un río subterráneo circula a nuestro alrededor.

Apresuramos el paso, sobreexcitados por la esperanza. Ya no sentía fatiga. Me refrescaba aquel ruido de agua murmurante. Aumentaba de modo sensible. El torrente, tras haberse mantenido por encima de nuestras cabezas durante mucho tiempo, corría ahora por la pared de la izquierda, mugiendo y saltando. Yo pasaba a menudo mi mano sobre la roca, esperando encontrar en ella huellas de humedad. Pero fue en vano.

Todavía pasó media hora y recorrimos media legua más.

Entonces resultó evidente que durante su ausencia el cazador no había podido continuar su búsqueda más allá. Guiado por un instinto particular de los montañeses y los zahoríes, «sintió» aquel torrente a través de la roca, pero, desde luego no había visto el precioso líquido; no había apagado su sed en él.

Pronto quedó claro que si continuábamos caminando, nos alejaríamos de la corriente, cuyo murmullo tendía a disminuir.

Desanduvimos el camino. Hans se detuvo en el lugar preciso en que el torrente parecía estar más cercano.

Me senté junto al muro, mientras las aguas corrían a dos pies de mí con extrema violencia. Pero todavía nos separaba de ella un muro de granito.

Sin reflexionar, sin preguntarme si había algún medio para conseguir aquella agua, en un primer momento me dejé llevar por la desesperación.

Hans me miró y creí ver aparecer sobre sus labios una sonrisa.

Se levantó y cogió la lámpara.



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