El adulto by Gillian Flynn

El adulto by Gillian Flynn

autor:Gillian Flynn [Flynn, Gillian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2014-05-12T16:00:00+00:00


Y aun así… Aun así, yo también lo sentía. Algo en la casa. No necesariamente malévolo, pero sí… consciente. Podía sentirlo observándome, ¿tiene eso sentido? Me agobiaba. Un día estaba fregando el suelo de madera cuando de repente sentí un dolor súbito y lacerante en el dedo corazón —como si me hubieran mordido—, y cuando lo levanté estaba sangrando. Me envolví fuerte el dedo con un trapo y observé cómo la sangre lo iba empapando. Y percibí como si algo en la casa se sintiera satisfecho.

Empecé a sentir miedo. Me obligaba a mí misma a superarlo. «Tú misma eres la que se ha inventado toda esta historia —me decía—. Así que corta el rollo de una vez».

A las seis semanas, me encontraba una mañana preparando una infusión de lavanda en la cocina —Susan estaba en el trabajo, los críos en la escuela— cuando sentí una presencia detrás de mí. Cuando me giré me encontré a Miles vestido con su uniforme escolar, examinándome con una sonrisilla burlona en la cara. En las manos tenía mi ejemplar de Otra vuelta de tuerca.

—¿Te gustan las historias de fantasmas? —preguntó sonriendo.

Me había registrado el bolso.

—¿Qué haces en casa, Miles?

—Te he estado observando. Eres interesante. Sabes que algo malo va a ocurrir, ¿verdad? Siento curiosidad.

Dio unos pasos hacia mí y yo retrocedí. Se plantó junto al cazo lleno de agua hirviendo. Las mejillas se le encendieron por el calor.

—Intento ayudar, Miles.

—Pero ¿estás de acuerdo? ¿Lo percibes? ¿El mal?

—Lo percibo.

Se quedó mirando fijamente el cazo de agua. Pasó un dedo por el borde y a continuación lo apartó bruscamente, rosado. Me examinó con sus relucientes ojos negros de araña.

—No tienes el aspecto que me esperaba. De cerca. Pensaba que serías… sexy. —Pronunció la palabra con ironía y supe a lo que se refería: una pitonisa sexy en plan Halloween. Los labios pintados, el pelo cardado y pendientes de aro—. Pareces una canguro.

Retrocedí aún más. Le había hecho daño a la última canguro.

—¿Pretendes asustarme, Miles?

Deseé poder alcanzar el fogón para apagar el fuego.

—Solo intento ayudarte —dijo en tono razonable—. No te quiero cerca de Susan. Si vuelves aquí, morirás. No quiero decir más. Pero te he advertido.

Se dio la vuelta y salió de la habitación. Cuando oí sus pasos sobre los escalones de entrada, vertí el agua hirviendo por el fregadero y me dirigí corriendo al comedor para recoger mi bolso, las llaves. Necesitaba salir de allí. Cuando agarré el bolso, un calor dulzón y maloliente me inundó la nariz. Había vomitado en su interior, encima de mis llaves, la cartera y el teléfono. Me vi incapaz de tomar las llaves, de tocar aquella bilis.

Susan irrumpió por la puerta principal, frenética.

—¿Está aquí? ¿Está usted bien? —dijo—. Me han llamado de la escuela para decirme que Miles no se había presentado. Debe de haber entrado para luego salir directamente por la puerta de atrás. No le gusta que esté usted aquí. ¿Le ha dicho algo?

Oímos un fuerte golpe procedente de arriba. Un alarido. Subimos corriendo las escaleras. En



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