Un padre ejemplar by Sheri WhiteFeather

Un padre ejemplar by Sheri WhiteFeather

autor:Sheri WhiteFeather
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
publicado: 2019-11-15T11:18:24+00:00


Carne contra carne. Negro contra blanco. Jesse saboreó la sensación, la imagen. Tricia se agarraba a su cuello, se estremecía con ligeros y excitantes movimientos.

Veía la cama reflejada en el espejo. Estaba revuelta, desordenada. Contuvo el aliento. Saber que iban a hacer el amor en las mismas sábanas en las que ella había dormido la noche anterior lo excitaba. Lo enardecía.

Jesse lamió su oreja y deslizó las manos por su espalda y sobre la curva de su trasero. El impulso de rastrear su fragancia le hacía sentirse como un animal: era la búsqueda del macho de su compañera. La fragancia de Tricia tenía el poder de seducirlo, era como un mar de jazmín, un vino hecho de exóticas flores blancas. Deseaba bucear en él. Y nadar.

Jesse la levantó y la posó sobre el borde de la cama. Ella sonrió, así que él la besó para que se saboreara a sí misma, dejando que gustara aquel sabor femenino y dulce que casi lo había vuelto loco. El hecho de que ella hubiera estado observándolo también lo había excitado. Jesse sabía que Tricia no podría volver a entrar en su dormitorio sin recordar lo que él había hecho, la decadente emoción, el orgasmo que la había dejado temblando en sus brazos.

Tricia lo agarró de los hombros y tiró de él. Ambos rodaron por la cama. La sangre fluía a sus dedos haciéndolo ansiar el tocar. Ella había cambiado, había crecido y madurado. Sus pechos estaban más llenos, sus caderas más redondeadas, su vientre marcado por finas, pálidas líneas. Jesse dibujó una de aquellas delicadas líneas y sintió que su cuerpo, suave y líquido, se tensaba. Patricia miró a otro lado.

–Son feas.

–No –Jesse la tomó de la barbilla y giró su rostro hacia él–. Son de mi hijo, Tricia, de mi carne y de mi sangre, del niño que llevaste en tus entrañas durante nueve meses –alegó. No comprendía por qué las mujeres no se enorgullecían de las marcas que el embarazo había dejado en ellas–. Dar a luz es ahora parte de ti, te hace aún más bella que antes.

La expresión de Tricia se dulcificó. Jesse trató de imaginar su vientre hinchado por el embarazo. Le hubiera hecho el amor en ese estado, pensó dando gracias por el milagro derramado sobre ellos.

Se tumbaron el uno junto al otro mirándose a los ojos con manos acariciadoras y llenas de necesidad. Aquello no era amor, pensó Jesse, pero tampoco era simplemente sexo. Tricia se puso de rodillas y exploró los cambios producidos en su cuerpo. Él también había madurado. Los años habían hecho un hombre de él. Ella acarició su pecho, la solidez musculosa que había heredado de su padre.

–Tu cuerpo también es diferente, más fuerte –Tricia puso la cabeza contra su corazón para escuchar sus latidos. Debían de sonar fuertes, acelerados–. Ya no se te ven los pezones –añadió enredando los dedos en su vello.

Jesse se aferró a la sábana. Hubiera deseado lanzarse, agarrarla de las muñecas y arrojarse sobre ella, devorar toda aquella feminidad.



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