Tubos: En busca de la geografía física de internet (Cultura digital) (Spanish Edition) by Blum Andrew

Tubos: En busca de la geografía física de internet (Cultura digital) (Spanish Edition) by Blum Andrew

autor:Blum, Andrew [Blum, Andrew]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9786078303328
editor: Editorial Oceano de Mexico
publicado: 2013-05-01T04:30:00+00:00


Al día siguiente visité a Witteman en las oficinas de AMS-IX. En la pared, tras su escritorio, había un cartel copiado de la película 300, basada en el sangriento cómic épico sobre la batalla de las Termópilas. El cartel original decía: “Esta noche cenaremos en el infierno”, y mostraba a un espartano furibundo, con el pecho desnudo, enseñando los dientes. En la versión de Witteman permanecía el soldado, pero con Photoshop se había modificado el texto chorreante de sangre para que dijera: “¡Somos los más grandes!”. Yo intuía quiénes, en su fantasía, representaban a los persas. Mientras que el punto de acceso a la red de Frankfurt proyectaba un carácter pulcro, el AMS-IX parecía buscar una informalidad estudiada, filosofía que se extendía a sus oficinas, instaladas en dos edificios históricos unidos, cerca del centro de la ciudad antigua. Los empleados, jóvenes de diversos países, siempre comían juntos un almuerzo que les preparaba una encargada, el cual se servía en una mesa de tipo familiar con vista hacia un jardín trasero. En el AMS-IX había un matiz hogareño que no había encontrado todavía en Internet. En lugar de ser un reino de las teorías de la conspiración y las infraestructuras ocultas, aquel punto de acceso a la red representaba un espíritu de transparencia y responsabilidad individual. Y lo cierto era que aquella sensación se hacía extensiva a su infraestructura física.

Antes de almorzar, Witteman y yo fuimos a buscar a Hank Steenman, el gurú tecnológico de AMS-IX, a su oficina, la cual quedaba en el otro extremo del pasillo. Los tres nos subimos en la “cafetera” del AMS-IX, una camioneta vieja, llena de vasos de café usados, y nos dirigimos hacia el núcleo, situado en uno de los centros de datos que Brown y yo habíamos visto durante nuestro paseo del día anterior. Había un lugar para bicicletas en el exterior, y el vestíbulo, inundado de luz, resultaba acogedor, y en sus paredes se alineaban mapas de redes. Recorrimos un pasillo ancho donde se sucedían las puertas pintadas de amarillo brillante, y dejamos atrás un espacio usado por KPN, lleno de estantes pintados de su color verde patentado. El AMS-IX contaba con su propio cubículo en la parte trasera. Los cables amarillos de fibra óptica estaban perfectamente enroscados y atados. La máquina a la que se conectaban me resultaba familiar. Muy familiar. Era una Brocade MLX-32, la misma que usaban en Frankfurt. ¡Ah! Los localismos no afectaban la maquinaria.

–¡Así que aquí está Internet! —exclamó Witteman, burlón—. En cajas como ésta. Cables amarillos. Muchas lucecitas parpadeantes.

Aquella noche, cuando regresé a Rembrandtplein, un músico callejero cantaba como Bob Dylan y los turistas y noctámbulos se congregaban a su alrededor. Había parejas sentadas en bancos, fumando. Pasó un grupo de chicos que iban a celebrar una despedida de soltero y se armó un gran revuelo. Amsterdam era muchas cosas. Pero yo sólo pensaba en qué ocurriría si se cortara una sección de las calles y los edificios: los muros abiertos resplandecerían con las chispas de



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