Todo está tranquilo by Mary Higgins Clark & Carol Higgins Clark

Todo está tranquilo by Mary Higgins Clark & Carol Higgins Clark

autor:Mary Higgins Clark & Carol Higgins Clark [Clark, Mary Higgins & Clark, Carol Higgins]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2007-12-31T16:00:00+00:00


17

Sam Conklin entró como un vendaval en su pequeño despacho en la parte trasera de la tienda y cerró la puerta de golpe. En ese preciso momento sonó el teléfono. Era Richard, su único hijo, en quien había depositado la esperanza de que continuara el negocio familiar. Sin embargo, los efluvios del maquillaje y el clamor del público habían ejercido una atracción irresistible en él y, a sus cuarenta y dos años, Richard era un actor consolidado. Acababa de finalizar una serie de representaciones en Boston que lo habían tenido ocupado nueve meses y dentro de poco estaría de vuelta en su piso de Nueva York.

—Papá, ¿qué está ocurriendo por ahí? En las noticias no hacen más que hablar de los ganadores de la lotería de Conklin’s. Deben de haberse equivocado, porque dicen que no les diste la paga extra. No puede ser cierto. Tú siempre les has dado la paga de Navidad, y solía ser más que generosa.

Sam se hundió en el sillón y apoyó la cabeza en una mano.

—Es cierto —admitió, desconsolado—. Rhoda me convenció de lo contrario.

—¿Y por qué será que no me sorprende? —preguntó Richard, sin alterarse—. No soporto a esa mujer.

—Yo tampoco —confesó Sam.

—Es como si estuviera oyendo música celestial —dijo Richard, repentinamente animado—. No ha hecho más que meterte en líos desde que llegó. Solo de pensar en lo adorable que era mamá…

—Lo sé, lo sé —lo interrumpió Sam—. Lo de esta mañana ha dañado mucho nuestra imagen. Me he dejado la piel en este negocio durante más de cuarenta años y, como tú has dicho, siempre he sido generoso con mis empleados. No sabes cuánto me avergüenzo de haber dejado que me convenciera para regalarles las fotos de la maldita boda en vez de darles las pagas extra que mis trabajadores se habían ganado. Tendrías que haber visto sus caras. No lo olvidaré mientras viva. Nunca volveré a sentirme bien conmigo mismo…

—Papá, tranquilo.

—Richard, la gente no para de llamarme para entrevistarme. Todo el mundo dice que soy un agarrado. Me da vergüenza pasearme por la tienda. No hay que ser muy listo para ver que los clientes de toda la vida están enfadados conmigo. Por no hablar de que, sin mis empleados, esto está viniéndose abajo. Y encima servimos el bufet del festival…

—No tengo que estar en Nueva York hasta el lunes. Cojo el coche y me acerco por allí. He trabajado lo suficiente en la tienda para apañármelas con el trabajo.

—Richard, me sabe muy mal hacerte esto. La temporada acaba de terminar y tienes unos días libres.

—Olvídalo, papá. Nos vemos en un par de horas.

Sam se atragantó. Le vendría muy bien ver una cara amiga.

—Gracias, hijo —dijo—. No sabes cuánto significa esto para mí.

Sam colgó el teléfono sintiéndose algo mejor. «Me tomaré una taza de café y luego saldré ahí fuera a enfrentarme al pelotón», pensó. Se acercó a la cafetera que siempre tenía en el despacho. Había alargado la mano para coger la taza, cuando la puerta se abrió de par en par.



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