Todo es silencio by Manuel Rivas

Todo es silencio by Manuel Rivas

autor:Manuel Rivas [Rivas, Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2010-01-01T05:00:00+00:00


26

A Carburo no le gusta que le metan prisa. Pero el Patrón hoy está impaciente. Se frota las manos. Sólo le falta ponerse a cantar Mira que eres linda. Es lo que canta cuando caen del cielo. Conoce perfectamente su repertorio. El contrapunto es cuando canturrea, por ejemplo, Tinta roja. A él, a Carburo, le gusta en particular ese tango. Cómo lo canta el Viejo. Y aquel buzón carmín, y aquel fondín donde lloraba el tano. No es cuando está alegre cuando mejor canta la gente. Qué va. Pero hoy está alegre. Mira que eres linda, qué preciosa eres. Hay que joderse.

Le toca a él poner en marcha la radiofonía y hacer de locutor. Porque Mariscal canta, pero nunca en público. Nunca emite. No toca un teléfono. Y menos un chisme de esos que no se sabe adonde llegan. Están aparcados en uno de sus miradores preferidos. En la punta de Vento Soán, por una pista secreta por donde el automóvil avanza ceñido por helechos protectores, que vuelven a cerrar el camino. Allí en el cruce, en otro coche, se quedó Lelé de centinela.

En el interior del automóvil, Carburo manipula el aparato de radiofonía, con los mandos camuflados en el espacio del panel.

—Listo, jefe.

Y entonces repite palabra por palabra lo que le va apuntando Mariscal. Habla en el Código Internacional de Señales.

—Aquí Lima Alfa Charly Sierra India Romeo, llamando a Sierra India Romeo Alfa Uniform, ¿escuchas? ¡Cambio!

—Recibido. Aquí Sierra India Romeo Alfa Uniform. Escucho perfectamente. ¡Cambio!

—Okey. Recibido. En las coordenadas del Irnos Indo. Entonces no esperamos por Mingos. Cambio.

—Correcto, correcto. Información correcta. Mingos no va. Mingos descansa. Trabajó esta noche. Buena pesca. ¡Cambio!

—Okey, entendido. Vamos yendo, entonces. Cambio y corto.

Mariscal se inclinó sobre la ventanilla:

—Diles que esta vez van por delante y a la isla de la Fortuna, que no cabe en el mar tanta lubina.

Carburo miró de soslayo al Viejo. Con extrañeza. Parecía esperar una traducción o confirmación. Mensajes así ya no se daban. Esas machadas eran cosa de los tiempos antiguos.

—Tienes razón —dijo Mariscal—. Que vengan por la sombra. Cambio y corto.

Carburo repitió: «Venid por la sombra. Cambio y corto».

El subalterno desconectó, recogió la antena y cerró la doble caja del panel. Salió fuera y estiró las piernas. Pocas veces había visto a Mariscal tan excitado. Vendrían los copos llenos. Allí estaba, a la orilla del acantilado, erguido, estirando el cuello, esa forma que tiene de ayudar a los prismáticos. Por dos rutas, vuelan las planeadoras a fulespín. Más que navegar, brincan de cresta en cresta. Fuera de la ría, convergerían en una misma dirección, hacia el barco nodriza.

—¡Quién pudiera ver la mamma! —dice Mariscal escrutando la línea del horizonte.

—Sí, patrón. ¡Quién pudiera!

El día que se vea la mamma, murmuró, estaremos bien jodidos.



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