Tiempo de abrazar by Karen Kingsbury

Tiempo de abrazar by Karen Kingsbury

autor:Karen Kingsbury
La lengua: spa
Format: epub
Tags: ebook, book
editor: Grupo Nelson
publicado: 2011-04-19T00:00:00+00:00


Diecisiete

ERA COMO ARRASTRAR CINCUENTA KILOS DE PESO MUERTO.

Habían pasado cuatro semanas desde el accidente y los médicos habían llevado a John a un cuarto en la unidad de rehabilitación. Tenían ciertos objetivos, ciertos puntos de referencia para que él lograra transferirse de una cama a una silla de ruedas, y de una silla de ruedas al baño y volver otra vez. Querían que se vistiera solo y que aprendiera a buscar dolores en las piernas y el torso.

La lección de hoy era sobre reconocer cuándo una herida abierta necesitaba tratamiento médico.

—Las llagas representan una amenaza insidiosa, señor Reynolds —explicó el espigado terapeuta físico de menos de cuarenta años de edad; era claro que al hombre le apasionaba el trabajo, pues estaba decidido a brindar independencia a aquellos como John, que recientemente se había unido a los parapléjicos.

John esperaba que el hombre lo perdonara por ser menos que entusiasta.

—Señor Reynolds, ¿está usted escuchando?

—¿Hmmm?

John no se había dado cuenta de cuántas personas lo llamaban entrenador hasta que lo ingresaron al hospital. Aun después de cuatro semanas no le parecía bien... Señor Reynolds y no entrenador Reynolds. Era como si los médicos, las enfermeras y los técnicos en rehabilitación estuvieran hablando acerca de alguien totalmente distinto al hombre que él había sido una vez.

Pero la verdad es que eso estaba precisamente bien, ¿no es así? Él no era el hombre que había sido antes del accidente.

—Lo siento. Dígalo de nuevo.

—Las llagas... mire, se desarrollan en áreas donde el cuerpo se frota de manera regular. El problema es que con parálisis usted no puede sentir la frotación. La situación se vuelve especialmente peligrosa después de que haya estado en esa condición por varios meses o más. Es entonces cuando el cuerpo empieza a mostrar señales de atrofia muscular. Se sabe que sin la barrera de músculo, los huesos se frotan contra la piel. Así que usted podrá ver el problema, señor Reynolds.

John deseó derribar al hombre con la silla de ruedas. Mejor aún, quiso gritar: «¡Basta ya!» a todo pulmón y observar a una docena de sacasillas entrar corriendo a la escena para decirle que se podía levantar ahora. Que la función había terminado.

Por supuesto, la verdad es que no podía hacer ninguna de las dos cosas. Si quería estar en casa antes de Navidad solo podía sentarse aquí y escuchar a un extraño diciéndole cómo se le consumirían las piernas y cómo le aparecerían llagas en el cuerpo durante el proceso. John se afincó en el respaldar de la silla de ruedas, mirando fijamente la boca del hombre, que aún se estaba moviendo, todavía explicándole la realidad de la situación de John con detalles meticulosamente vívidos.

Pero John ya no estaba escuchando. Quizás su cuerpo estuviera prisionero, pero su mente podría ir adonde quisiera. Y ahora mismo quería pensar en el mes pasado.

John supo que estaba en problemas desde el instante en que había vuelto en sí esa tarde sabatina después del accidente. No tenía recuerdos del accidente, ninguno en absoluto. En un momento



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