Terror by AA. VV

Terror by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2012-09-01T04:00:00+00:00


Aníbal Torres y su bandoneón regresan de la muerte

José Pablo Feinmann

1

El 3 de abril de 1995 será recordado como uno de los días más tristes, más luctuosos de la frondosa historia de la música de Buenos Aires, el tango. Murió, ese día, Aníbal Torres, el gran compositor, el gran bandoneonista y el gran amigo de tantos y tantos que lo fueron a llorar primero a su casa de la calle Arroyo, donde lo velaron, y luego a la Chacarita, donde prolija y devotamente le dieron sepultura.

Que Aníbal Torres viviera los largos últimos años de su vida, los últimos veinte de una vida que se prolongó, digna y tercamente, hasta los ochenta, en su fastuoso y hasta descomedido departamento de la calle Arroyo había desatado, en sus viejos y también tercos y dignos admiradores, en esos seres anónimos que se bebían su música ya como el más exquisito champán o como el más áspero y malevo de los vinos, dolorosas y hasta lacerantes discusiones, porque nada es más doloroso, nada es más lacerante que poner en duda, que cuestionar la moral, la dignidad, la fidelidad al mandato esencial de aquellos seres que apasionadamente se admiran, como era el caso de Aníbal Torres, fallecido ese 3 de abril de 1995.

¿Por qué había elegido vivir en la calle Arroyo? ¿No vivían ahí los pitucos, los pudientes, esa oligarquía ostentosa para la que el tango era una frivolidad más y no una tempestad del corazón, una cuestión de vida o muerte, como lo era para los fieles seguidores del maestro? Misterios que celosamente reposan en el alma de los genios, indescifrables, lejanos. Nadie, jamás, podría saberlo. Tal vez fue la fama, el dinero o la presión de una familia que siempre quiso olvidar sus orígenes populares. Nunca amainaron, sin embargo, los que atribuyeron esa decisión aristocratizante al mismísimo Aníbal Torres. No había sido otro sino él quien le diera al tango una elegancia, un vuelo, una complejidad que lo alejaron de las ramplonerías del dos por cuatro. No en vano —a partir de la década del cincuenta, cuando apareciera en el Astral con un esmoquin negro cuyas solapas, por decirlo así, brillaban como un asfalto al mediodía— todos decidieron, todos aceptaron decirle «el Conde», el Conde del tango, canción de Buenos Aires.

2

Don Arnoldo Rosen, un hombre gordo, buenazo, tanguero, judío y ya cercano a cumplir gloriosos noventa años, presidía el club Nostalgias desde su fundación, en 1936, cuando el tango inmortal de Cobián y Cadícamo devastara corazones desde las radios, desde los teatros y los clubes. Ahí, durante el tórrido, definitivo verano de 1937, un joven que respondía al nombre de Aníbal Torres tocó ese tango con la orquesta de la institución y con un bandoneón que el mismísimo Arnoldo Rosen le comprara porque confiaba en su talento, porque quería verlo triunfar y porque nunca se equivocaba cuando su instinto le decía: «sí, esto es bueno, esto vale».

Esa noche se transformó en leyenda. Aníbal Torres tocó Nostalgias con un fraseo, una elegancia y un



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