Subir a respirar by George Orwell

Subir a respirar by George Orwell

autor:George Orwell [Orwell, George]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1939-01-01T00:00:00+00:00


9

La guerra me había arrancado bruscamente de la antigua vida a la que estaba acostumbrado, y en la extraña época que siguió la olvidé completamente.

Ya sé que, en cierto sentido, uno nunca olvida nada. Se recuerda la piel de naranja que se vio en el suelo hace tres años y aquel cartel en color de Torquay al que una vez se echó una mirada fugaz en la sala de espera de una estación. Pero yo me refiero a otro tipo de recuerdo. En cierta manera, sí que recordaba los viejos tiempos de Lower Binfield. Recordaba mi caña de pescar, el olor del pipirigallo, la imagen de mi madre detrás de la tetera marrón, a Jackie el pinzón y el abrevadero de la plaza. Pero nada de ello estaba ya vivo en mi mente. Eran cosas lejanas, cosas con las que había terminado. Nunca se me habría ocurrido que algún día podía desear volver a ellas.

Fueron extraños aquellos años de después de la guerra. Casi más extraños que la propia guerra, aunque la gente no los recuerda de manera tan viva. En una forma bastante diferente, la sensación de escepticismo general era más fuerte que nunca. Millones de hombres habían sido licenciados del ejército y descubrían que el país por el que habían luchado no quería saber nada de ellos, y que Lloyd George y sus muchachos estaban liquidando rápidamente cualquier ilusión que pudiera existir aún. Cantidad de excombatientes andaban por las calles pidiendo limosna. Mujeres con la cara cubierta cantaban en las esquinas y tipos con chaquetas de oficial tocaban organillos. Toda Inglaterra parecía estar buscando trabajo, incluyéndome a mí. Aunque yo tuve más suerte que la mayoría. Me dieron una pequeña pensión como herido de guerra, y con ella y el poco dinero que había ahorrado durante el último año de la guerra (pues no había tenido muchas ocasiones de gastarlo), me licencié con no menos de trescientas cincuenta libras en el bolsillo. Creo interesante observar la manera en que reaccioné. Allí estaba yo con suficiente dinero para hacer aquello para lo cual había sido educado, y en lo que había estado soñando durante años, es decir, poner una tienda. Tenía un buen capital. Con un poco de paciencia y estando atento a la ocasión, se podían encontrar tiendas muy buenas por trescientas cincuenta libras. Pues, me crean o no, la idea ni se me pasó por la cabeza. No solo no di ningún paso para poner una tienda, sino que hasta algunos años más tarde, hacia 1925 concretamente, no se me ocurrió que podía haberlo hecho. Estaba fuera de aquella órbita. Eso era lo que el ejército le hacía a uno. Lo convertía en un señorito y le metía en la cabeza la idea de que siempre caería algo de dinero de alguna parte. Si alguien me hubiese sugerido entonces, en 1919, que podía poner una tienda, una tienda de tabaco y dulces, pongamos, o una tienda de artículos variados en un pueblo perdido, me habría echado a reír.



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