Solo humo by Juan José Millás

Solo humo by Juan José Millás

autor:Juan José Millás [Millás, Juan José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-03-16T00:00:00+00:00


* * *

Luego, en casa, intentó volver al libro de los hermanos Grimm. Pero o bien el libro no se dejaba penetrar o bien él no lograba alcanzar el estado de concentración preciso para hacerlo. El encuentro con Amelia lo había alterado. No hacía otra cosa que reconstruir su rostro y, dentro de su rostro, su mirada enigmática, de cálculo, como si también ella hubiera evaluado los riesgos que comportaba aquella relación asimétrica, pero no podía ser así, pues la mujer ignoraba lo que Carlos sabía: que había sido amante de su padre, con el que además había tenido una hija, Macarena, a la que este padre había dado muerte atravesándola con un alfiler. Sonrió de un modo algo forzado frente a aquella mezcla de realidad y delirio. En los cuentos, pensó, lo extraordinario y lo ordinario se fundían como los materiales de una aleación en la que no es posible separar sus componentes originales.

En esto, llamaron a la puerta y Carlos deseó que fuera ella.

—Hola —saludó Amelia al otro lado—. Lo prometido es deuda. Como te dije, estoy seca de lecturas.

Carlos la invitó a pasar y le ofreció un café.

Ya sentados en el salón, y tras las tres o cuatro frases de conveniencia pronunciadas por las dos partes, el joven se dejó arrastrar por un impulso:

—Lo sé todo —dijo.

La mujer lo observó con gesto de sorpresa, deteniendo en el aire el recorrido de la taza, cuyos bordes estaban a punto de rozar sus labios.

—¿Qué es todo? —dijo.

—Que mi padre y tú erais amantes y que Macarena era hija de él.

Amelia dejó la taza sobre la mesa con expresión de espanto.

—¡No! —exclamó.

—No qué —dijo Carlos.

—¡No a todo, por Dios! Ni éramos amantes ni mi hija era suya. ¿De dónde has sacado eso?

Carlos enrojeció frente a la seguridad de la mujer, que enseguida añadió:

—Jamás hubo entre nosotros la mínima insinuación o acercamiento sentimental. Por eso mismo era un vínculo perfecto entre vecinos, porque nunca traspasamos las líneas de respeto que confunden las cosas.

Carlos se disculpó de forma atropellada. Luego, ante la demanda de Amelia, que insistía en saber qué le había llevado a imaginarse esa relación, le confesó:

—Lo leí en un cuaderno de mi padre.

—Si es verdad, enséñamelo —solicitó ella.

Carlos fue al despacho y regresó con el cuaderno, que tendió a la mujer.

Amelia leyó con asombro creciente las páginas. Después miró al joven y le preguntó:

—¿Existe esa mariposa?

—Está ahí, en el despacho de mi padre, clavada en el corcho de la pared, medio deshecha ya.

Amelia se levantó seguida por Carlos y entraron juntos en la habitación. La mariposa había perdido las antenas y parte de las alas, quizá devoradas por un insecto vivo, quizá por no haber sido tratadas. En cuanto al abdomen, completamente deshidratado por la sequedad ambiental, había comenzado también a fragmentarse.

La mujer se llevó la mano a la boca en un gesto de horror y luego se dio la vuelta y regresó al salón. Carlos fue tras ella.

—Lo siento —dijo el joven.

—No lo puedo entender. No puedo entender por qué escribió esas páginas tan siniestras.



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