Solar by Ian McEwan

Solar by Ian McEwan

autor:Ian McEwan [McEwan, Ian]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T05:00:00+00:00


Tercera Parte

2009

A nadie le sorprendía saber que Michael Beard había sido hijo único, y él habría sido el primero en reconocer que nunca había adquirido totalmente el sentido del sentimiento fraterno. Su madre, Angela, era una beldad angulosa que le adoraba, y el medio de expresar su amor era la comida. Le crió con biberón, apasionadamente, y le daba más siempre que él lo reclamaba. Unos cuatro decenios antes de ganar el Premio Nobel de Física, conquistó el primer puesto en el concurso de bebés de Cold Norton y del distrito, en la categoría de cero a seis meses. En aquellos años difíciles de posguerra, los ideales de belleza infantil residían sobre todo en la grasa, en las múltiples papadas churchillianas, en los sueños del fin del racionamiento y del reino de la abundancia por llegar. A los bebés los exhibían y juzgaban como si fueran calabazas premiadas, y en 1947 el gordinflón y rechoncho Michael, de cuatro meses, barrió a todos sus rivales.

Sin embargo, era infrecuente que en una feria de pueblo una mujer de clase media, esposa de un corredor de bolsa, abandonara el puesto de pasteles y chutney y presentara a su hijo a un concurso tan charro. Debía de haber sabido que sólo podía ganar, del mismo modo que más adelante aseguró que siempre había sabido que Michael obtendría una beca para Oxford. En cuanto él empezó a estudiar cuerpos sólidos, ella, durante el resto de su vida, cocinó para su hijo con la misma responsabilidad con que le había amamantado con el biberón, y a mediados de los años sesenta, a pesar de su enfermedad, se matriculó en un curso de cocina «Cordon Bleu» para poder ensayar nuevos guisos durante las visitas ocasionales que Michael hacía a la casa. El marido, Henry, era un hombre de carne-y-dos-verduras que despreciaba el ajo y el olor del aceite de oliva. Al principio del matrimonio, por razones que seguían siendo personales, ella dejó de quererle. Vivía para su hijo y su legado fue claro: un hombre gordo que ansiaba sin descanso las atenciones de mujeres hermosas que supieran cocinar.

Henry Beard era flaco, con un bigote caído y el pelo castaño alisado hacia atrás, y vestía trajes oscuros y de tweed marrón que parecían una talla más grande de la suya, en especial alrededor del cuello. Mantenía bien a su miniatura de familia y, al estilo de su época, amaba a su hijo severamente y con escaso contacto físico. Aunque nunca abrazaba a Michael y rara vez le posaba en el hombro una mano afectuosa, le hacía todos los regalos adecuados: juegos de mecano y química, radios que montaba uno mismo, enciclopedias, maquetas de aviones y libros sobre historia militar, geología y las vidas de grandes hombres. Había combatido en una larga guerra de suboficial de infantería en Dunkirk, norte de África, Sicilia y después, siendo teniente coronel, había participado en los desembarcos del día D, donde ganó una medalla. Llegó al campo de concentración de Belsen una semana después de su liberación, y al terminar la guerra le destinaron a Berlín durante ocho meses.



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