Sherlock Holmes. Novelas by Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock Holmes. Novelas by Sir Arthur Conan Doyle

autor:Sir Arthur Conan Doyle
La lengua: spa
Format: azw3
Tags: Tienda Kindle
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2015-06-11T04:00:00+00:00


Acabo de saber que Barrymore está en la mansión.

Y el segundo, firmado por Cartwright, decía:

Visitados veintitrés hoteles, según instrucciones, lamento informar de la imposibilidad de encontrar hoja recortada del Times.

—Ahí desaparecen dos de mis pistas, Watson. No hay nada tan estimulante como un caso en que todo se te pone en contra. Tenemos que buscar en otra dirección.

—Nos queda el cochero que transportaba al espía.

—Exacto. He mandado un telegrama al registro pidiendo su nombre y su dirección. No me sorprendería que aquí tuviéramos la respuesta.

La llamada al timbre resultó, sin embargo, más satisfactoria aún que una respuesta, porque se abrió la puerta y entró un individuo de aspecto tosco, que era evidentemente el cochero en persona.

—He recibido el recado de la oficina central de que un caballero que vive aquí pregunta por el dos mil setecientos cuatro —dijo—. Llevo siete años en el coche y nunca he tenido queja de nadie. Ahora vengo de la cochera para preguntar cara a cara qué diantres tiene en contra mío.

—No tengo nada en absoluto contra usted, buen hombre —dijo mi amigo—. Tengo, por el contrario, medio soberano a punto, si contesta con claridad a mis preguntas.

—Bueno, de veras hoy he tenido un buen día, ¡vaya que sí! —dijo el cochero con una sonrisa—. ¿Qué quiere usted saber, caballero?

—En primer lugar, su nombre y su dirección, por si volviera a necesitarle.

—John Clayton, Turpey Street tres, en el Borough. Mi coche está estacionado en Shipley, cerca de la estación de Waterloo.

Sherlock Holmes tomó nota.

—Ahora, Clayton, cuénteme cuanto sepa acerca del cliente que estuvo vigilando esta casa a las diez de la mañana y siguió después a dos caballeros a lo largo de Regent Street.

El cochero pareció sorprendido y un poco incómodo.

—¡Vaya, no voy a poder contar mucho, porque parece que usted sabe tanto como yo! —dijo—. La verdad es que aquel señor me dijo que era un detective y me dijo que yo no tenía que contar nada de él a nadie.

—Se trata de un asunto muy serio, amigo mío, y tal vez se encuentre usted en una situación difícil si trata de ocultarme algo. ¿El cliente le dijo que era detective?

—Sí, señor, eso me dijo.

—¿Cuándo se lo dijo?

—Al irse.

—¿Dijo algo más?

—Me dijo cómo se llamaba.

Holmes me lanzó una breve mirada triunfal.

—¿De modo que le dijo su nombre? Eso fue una imprudencia. Y ¿cómo dijo que se llamaba?

—Dijo que se llamaba Sherlock Holmes.

No he visto nunca a mi amigo tan desconcertado como ante la respuesta del cochero. Permaneció unos instantes mudo de asombro. Después lanzó una carcajada.

—¡Tocado, Watson! ¡Tocado de lleno! —dijo—. Presiento que me enfrento a un florete tan rápido y flexible como el mío. Esta estocada ha sido excelente. ¿De modo que se llamaba Sherlock Holmes?

—Sí, señor, eso dijo.

—¡Magnífico! Cuénteme ahora dónde subió a su coche y todo lo que pasó después.

—Me paró a las nueve y media en Trafalgar Square. Dijo que era detective y me ofrecía dos guineas si yo hacía todo el día lo que él me mandara y no hacía preguntas.



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