El segundo sexo by Simone de Beauvoir

El segundo sexo by Simone de Beauvoir

autor:Simone de Beauvoir [Beauvoir, Simone de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1948-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO III

La iniciación sexual

En cierto sentido, la iniciación sexual de la mujer, como la del hombre, empieza desde la más tierna infancia. Existe un aprendizaje teórico y práctico que continúa de forma constante desde las fases oral, anal, genital, hasta la edad adulta. Sin embargo, las experiencias eróticas de la muchacha no son una simple prolongación de sus actividades sexuales anteriores; suelen tener un carácter imprevisto y brutal; siempre constituyen un acontecimiento nuevo que crea una ruptura con el pasado. En el momento en que las vive, todos los problemas que se le plantean a la muchacha se encuentran concentrados en una forma urgente y aguda. En algunos casos, la crisis se resuelve con facilidad, pero existen coyunturas trágicas en las que sólo se resuelve con el suicidio o la locura. De todas formas, la mujer, por su forma de reaccionar, pone en juego gran parte de su destino. Todos los psiquiatras están de acuerdo en la enorme importancia que toman para ella sus inicios eróticos: tendrán una repercusión en toda su vida posterior.

La situación es aquí profundamente diferente para el hombre y la mujer, desde el punto de vista biológico, social y psicológico. Para el hombre, el paso de la sexualidad infantil a la madurez es relativamente sencillo: se da una objetivación del placer erótico, que en lugar de realizarse en su presencia inmanente se concentra en un ser trascendente. La erección es la expresión de esta necesidad; sexo, manos, boca, todo el cuerpo del hombre tiende hacia su compañera, pero él está en el corazón de esta actividad, como en general el sujeto frente a objetos que percibe y a instrumentos que manipula; se proyecta hacia el otro sin perder su autonomía; la carne femenina es para él una presa y atrapa en ella las cualidades que su sensualidad exige de cualquier objeto; sin duda, no consigue apropiárselas, pero al menos las abraza; la caricia, el beso implican un fracaso parcial, pero este fracaso mismo es un estimulante y una alegría. El acto amoroso encuentra su unidad en su culminación natural, el orgasmo. El coito tiene unos fines psicológicos precisos; con la eyaculación, el varón se descarga de secreciones que le pesan; tras la actividad sexual obtiene una liberación total que se acompaña ciertamente de placer. Pero el placer no es el único fin; es muchas veces una decepción: la necesidad ha desaparecido en lugar de ser saciada. En todo caso, se ha consumado un acto definido y el hombre sale de él con su cuerpo íntegro: el servicio que ha prestado a la especie se ha confundido con su propio placer. El erotismo de la mujer es mucho más complejo y refleja la complejidad de la situación femenina. Hemos visto[1] que en lugar de integrarse en su vida individual, las fuerzas específicas de la mujer están dominadas por la especie, y los intereses de la especie se disocian de sus fines singulares; esta antinomia alcanza su paroxismo en la mujer; se expresa, entre otras cosas, por la oposición de dos órganos: el clítoris y la vagina.



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