Santitos by María Amparo Escandón

Santitos by María Amparo Escandón

autor:María Amparo Escandón [María Amparo Escandón]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788415532422
editor: Maeva Ediciones
publicado: 2012-09-09T16:00:00+00:00


Scott Haynes regresó de Europa y le llevó a Esperanza seis sobres con fotografías para enseñárselas. Después de elogiar su nuevo peinado, se sentaron en el borde de la cama a ver las fotos con la confianza que se tienen dos amigos.

–Ésta es Gladys, mi esposa.

Scott señaló un minúsculo punto amarillo delante de un paisaje montañoso en algún lugar de Suiza. En la siguiente foto, el punto amarillo era ahora una personita diminuta de pie frente a una fuente espectacular en Italia. En la siguiente, Esperanza descubrió a una mujer que vestía gorra de béisbol y lentes oscuros en medio de un jardín obsesivamente cuidado, en Francia. En otra foto, Esperanza pudo ver a la mujer más de cerca. Unos mechones de pelo rubio le salían por debajo de la gorra. En la última foto, Esperanza advirtió que la mujer tenía una cierta postura de abandono, con los hombros encorvados y aspecto general de cansancio. No sonreía. Los lentes oscuros que al parecer no se había quitado en todo el viaje, le impedían a Esperanza interpretar su mirada.

–Me voy a divorciar de Gladys –anunció Scott cuando terminaron de ver las fotos–. ¿Quieres vivir conmigo?

–Desafortunadamente, no puedo –contestó Esperanza–. Sabes que estoy buscando a mi hija.

Scott se pellizcó la papada. No esperaba una respuesta así, al menos no tan contundente.

Antes de que él se fuera de viaje, Esperanza le había mostrado las fotos de Blanca sin explicarle exactamente por qué la buscaba en los burdeles, pero ahora que Scott se había atrevido a mostrarle las fotos de su esposa, sintió que podía confiar en él.

–Se la robaron para obligarla a prostituirse.

–¿Cómo puedes estar segura?

Esperanza le dijo todo sobre la aparición de san Judas Tadeo.

–¿Qué tan segura estás de eso? ¿Es un hecho? –insistió él–. No tienes pruebas suficientes para demostrar que no está enterrada en su tumba.

–El ataúd está vacío. Cuando golpeé la tapa oí un hueco. Y por favor mister Haynes, no está usted en el juzgado. No trate de encontrar pruebas. Tengo órdenes divinas y debo seguirlas.

Scott comprendió que no había más que discutir, y para dar la conversación por concluida, la abrazó.

–Llámame Scott.

Las notas de un danzón entraron por la ventana abierta. Procedían de la habitación de al lado. Scott empezó a mecer a Esperanza. Bailaron lentamente, apenas levantando los pies del suelo. Ella le susurró palabritas cariñosas al oído, como si fuera su madre. El altar, ahora dos veces más grande que antes de que Scott se fuera de viaje, estaba iluminado por una sola veladora. Había más santitos. El doble de estampas y figuras. Más flores. Más reverencia. Después de bailar un rato, Scott arrastró el biombo que estaba apoyado contra la pared y, como siempre hacía, lo abrió frente al altar para ocultarlo. Una vez que los santitos estaban fuera de la vista, Scott sentía que ya podía quitarse la camisa. Era cuestión de respeto. Esperanza se desvistió y se acurrucó en sus brazos. Hablaron durante tres horas, una al lado del otro en la cama de agua.



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