Rubicon by Tom Holland

Rubicon by Tom Holland

autor:Tom Holland [Holland, Tom]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2003-06-14T16:00:00+00:00


Escándalo

A principios de cada diciembre, las mujeres de las familias más nobles de la República se reunían para celebrar los misteriosos ritos de la Buena Diosa. El festival religioso estaba rigurosamente prohibido a los hombres. Incluso las estatuas de varones se cubrían con un velo para la ocasión. Ese secretismo alimentaba todo tipo de lascivas fantasías. Todo ciudadano sabía que las mujeres eran depravadas y promiscuas por naturaleza. Por tanto, un festival al que los hombres tenían prohibido asistir había de ser un nido de lujuria. Pero jamás ningún hombre se había atrevido a espiar a las mujeres para confirmar estas excitantes sospechas. Una de las características más peculiares de la religión romana es que incluso los que se burlaban de ella le profesaban cierto respeto reverencial. Los hombres, igual que las mujeres, adoraban a la Buena Diosa. Era una de las divinidades protectoras de Roma. Profanar sus ritos sería poner en peligro la seguridad de toda la ciudad.

En el invierno del 62 a. C., las matronas tenían un motivo muy especial para pedir el favor de la Buena Diosa. Catilina estaba muerto, pero el Foro seguía presa del miedo y de los rumores. Después de unas vacaciones en los lugares más turísticos de Grecia, Pompeyo había llegado al fin a la costa del Adriático. Se decía que lo cruzaría y llegaría a Italia antes de final de mes. ¿Cómo llevarían los demás nobles ambiciosos vivir como pigmeos a la sombra de Pompeyo Magno? Era una cuestión que preocupaba particularmente a las dos mujeres que presidían los ritos de la Buena Diosa: Aurelia, la madre de César, y Pompeya, su esposa. Naturalmente, el propio pontifex maximus, aunque había cedido su mansión para el evento, no estaba presente. Ni él ni ningún otro varón de la casa, tanto libre como esclavo. César se había retirado esa noche.

La mansión comenzó a llenarse con el olor del incienso, el ritmo de la música y los grupos de damas importantes que iban llegando. Ahora, durante unas pocas horas, eran las mujeres de Roma las que tenían la seguridad de la ciudad en sus manos. Ya no se les pedía que se mantuvieran en segundo plano, temerosas de quién pudiera verlas. Pero una de las criadas de Aurelia, que buscaba un poco de música, se fijó en una flautista que estaba haciendo precisamente eso: escondiéndose en las sombras. Cuando se acercó a ella, la flautista retrocedió todavía más. Cuando la criada le exigió saber quién era, la flautista negó con la cabeza y murmuró el nombre de Pompeya. La criada gritó. Puede que aquel extraño se vistiera con una túnica de largas mangas y una banda en el pecho, pero la voz había sido inconfundiblemente masculina. Se armó un tremendo alboroto. Aurelia, que cubrió frenéticamente las estatuas sagradas de la diosa, suspendió los ritos. Las demás mujeres comenzaron a buscar por todas partes al impío intruso. Al fin lo encontraron, escondido en la habitación de una de las criadas de Pompeya. Le quitaron el velo a la supuesta flautista y descubrieron… a Clodio.



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