Redburn by Herman Melville

Redburn by Herman Melville

autor:Herman Melville [Melville, Herman]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1849-01-01T00:00:00+00:00


XXXII

LOS MUELLES

El Highlander pasó más de seis semanas atracado en el muelle del Príncipe, y en todo ese tiempo, además de anotar mis observaciones sobre los sitios más cercanos, hice varias excursiones a los muelles vecinos, pues no me cansaba de admirarlos.

Hasta entonces no había visto más que los raquíticos amarraderos de madera y los descuidados y desastrados embarcaderos de Nueva York, y aquellos enormes muelles llenaban mi imaginación de sorpresa y admiración. En Nueva York, por supuesto, me había impresionado la gran cantidad de barcos y el bosque enmarañado de mástiles a lo largo del East River, pero mi asombro se había visto disminuido mucho por esos antiestéticos e irregulares embarcaderos que estoy convencido de que son una vergüenza y una lacra para la ciudad que tolera su existencia.

En cambio, en Liverpool, contemplé largas murallas chinas de mampostería, gigantescos embarcaderos de piedra y una sucesión de muelles bordeados de granito, totalmente cerrados y comunicados muchos entre sí, que casi traía a la memoria la gran cadena de lagos americanos: Ontario, Erie, St. Clair, Huron, Michigan y Superior. El tamaño y la solidez de aquellas estructuras casi parecía equivalente a lo que había leído de las viejas pirámides de Egipto.

Liverpool puede jactarse con justicia de haber creado el modelo de «dique húmedo[79]» de la actualidad y todo lo relacionado con su diseño, construcción, regulación y mejora. Incluso Londres tuvo que copiarlo de Liverpool, y Le Havre siguió su ejemplo. En magnitud, coste y durabilidad, los muelles de Liverpool superan, incluso hoy, a cualquier otro del mundo.

El primer muelle construido en la ciudad fue el muelle viejo, al que aludí durante mi paseo dominical con la guía. Fue erigido en 1710, y desde entonces ha ido surgiendo esa larga línea de diques de mampostería que flanquea hoy la orilla del Mersey.

Se pueden recorrer kilómetros a lo largo de dicha orilla pasando de un muelle a otro como por una cadena de inmensas fortalezas: el del Príncipe, el muelle George, el de las Salinas, el muelle Clarence, el muelle Brunswick, el muelle Trafalgar, el muelle del Rey, el de la Reina y muchos más.

Movida por una gratitud patriótica a los héroes navales que con su valor hicieron tanto por proteger el comercio de Gran Bretaña, del que tanto dependía Liverpool, la ciudad hace mucho que bautizó sus calles más modernas con varios nombres ilustres, de los que se enorgullecería Broadway: Duncan, Nelson, Rodney, Cabo San Vicente, Nilo[80].

Pero me parece una lástima que no otorgasen tan nobles nombres a sus nobilísimos muelles, de modo que fuesen como una serie de monumentos destinados a perpetuar los nombres de los héroes relacionados con el comercio que tan bien supieron defender.

Y cuánto mejor serían esos emocionantes monumentos, mucho más llenos de vida y agitación que los solitarios obeliscos de Luxor, y las fútiles torres de piedra, que, inútiles para el mundo, aspiran en vano a eternizar un nombre tallándolo solitario en el granito. Esos monumentos son ciertamente cenotafios, fundados muy lejos de donde se labró su



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