Quo Vadis? by Henryk Sienkiewicz

Quo Vadis? by Henryk Sienkiewicz

autor:Henryk Sienkiewicz [Sienkiewicz, Henryk]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1895-12-31T16:00:00+00:00


El tacto sorprendente de este último garantizaba a todos que su influencia sobreviviría a todas las demás. Parecía imposible que el César pudiera prescindir de él. ¿Con quién hablaría de poesía, de música, de los juegos de las arenas? ¿Qué mirada espiaría para juzgar si su obra tenía realmente valor? Pero con su indiferencia habitual Petronio parecía no otorgar ninguna importancia a su situación; seguía despreocupado, doliente, espiritual y escéptico; a menudo producía la impresión de alguien que se burla de los demás, de sí mismo y del universo entero. A veces osaba criticar al César a la cara, y, cuando se juzgaba que ya estaba perdido, daba de pronto tal giro a su apreciación que en última instancia todos estaban convencidos de que no había situación de la que no pudiera salir victorioso.

La semana posterior al regreso de Roma de Vinicio, el César leía a sus íntimos un fragmento de su Tróade. Cuando hubo concluido y le saludaban los demás con gritos de entusiasmo, Petronio, interrogado con la mirada, dijo:

—Buenos versos para tirarlos al fuego.

El espanto dejó helados todos los corazones. En toda su vida Nerón nunca había oído a ninguna boca formular tal condena. Sólo Tigelino estaba radiante; Vinicio había palidecido pensando que Petronio, que nunca se emborrachaba, en esta ocasión había bebido en exceso.

Con voz melosa en la que vibraba el rencor de un amor propio herido, Nerón ya estaba preguntando:

—¿Qué encuentras malo en ellos?

Y Petronio, agresivo, replicó señalando a los allí presentes:

—No los creas. No entienden nada. ¿Me preguntas qué tienen de malo esos versos? Si quieres que te diga la verdad, te lo diré: son buenos para Virgilio, buenos para Ovidio, son buenos incluso para Homero, no para ti. Tú no tenías derecho a escribirlos. Ese incendio que describes no llamea lo bastante; tu fuego no quema lo suficiente. No escuches las lisonjas de Lucano. Por esos versos, a él estoy dispuesto a reconocerle genio, pero no a ti. ¿Y por qué? Porque eres más grande que ellos. Tenemos derecho a exigir más de quien ha recibido todo de los dioses. Pero tú te dejas arrastrar por la pereza. Te echas la siesta después del prandium en lugar de trabajar. A ti, que puedes crear una obra como no ha visto otra igual el universo, te digo, pues, cara a cara: «Haz mejores versos».

Hablaba con aire negligente, divirtiéndose y reprendiendo a toda la reunión; pero los ojos del César estaban húmedos de alegría.

—Los dioses me han dado algún talento, pero me han dado algo mejor todavía: un verdadero experto y un amigo, que es el único que sabe decir la verdad a la cara.

Y extendió su mano de pelos rojizos hacia un candelabro de oro, fruto del saqueo de Delfos, para quemar sus versos.

Pero Petronio cogió el papiro antes de que la llama lo tocase:

—No, no —dijo—, aunque sean indignos de ti, estos versos pertenecen a la humanidad. ¡Déjamelos!

—Entonces permíteme que te los envíe en un cofre que yo mismo elegiré —prosiguió el César estrechando a Petronio contra su pecho.



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