Outpost by Dmitry Glukhovsky

Outpost by Dmitry Glukhovsky

autor:Dmitry Glukhovsky [Glukhovsky, Dmitry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2019-01-01T00:00:00+00:00


5

Debe de ser la veinteava vez que Egor explica lo que ha ocurrido en Shanghái: nada. ¡Que no, tío, que no ha ocurrido nada! Y, sin embargo, las gentes lo miran con desconfianza, alguien se santigua, todos suspiran. La granja estatal comunista habitada por los chinos era algo así como la luna: un satélite, no siempre visible, pero íntimamente ligado a la base. Además, cada cierto tiempo llovía maná de aquel satélite y ni siquiera tenían que ir a recogerlo: les bastaba con abrir la boca.

Pero ahora…

O una fuerza tremenda ha arrancado a la luna de su órbita en torno a la tierra… o una mano invisible ha arrojado la tierra al infierno. Nadie se ha creído que los chinos puedan abandonar por voluntad propia lo que había sido su hogar durante generaciones. Se habían aferrado a sus patéticos huertos como si aquello hubiera sido la tierra prometida. Alguien tiene que haberles dado muerte. A los adultos y a los niños. Alguien o algo. ¿Qué puede haberles ocurrido?

A la hora de la cena, el cocinero de la guarnición sale de la cocina y da la noticia a los comensales: las provisiones se han terminado. Van a dar pollo hervido a los niños. Hasta ahora habían mantenido con vida a los pollos, pero no ha quedado más remedio que pasarlos a cuchillo. Las gentes escuchan sin entusiasmo. Todo el mundo sabe que los animales no eran muchos. Si empiezan a matarlos, se acabarán en seguida. Pero ya no reina la misma tensión que antes. La gente ya no tiene las ideas claras. Polkán trata de explicarse, pero los demás lo hacen callar.

Por la noche, Egor pasea por el patio con la guitarra bajo el brazo, con la esperanza de encontrarse por casualidad con Michelle. Yo soy Egor, esta es mi guitarra… ¿no podríamos continuar donde lo dejamos el otro día? Y ve a la muchacha en medio de la gente que se ha juntado al pie de la ventana de la cárcel.

Por supuesto que no es la primera vez que Egor los ve allí. Pero cada vez son más y se quedan cada vez más tiempo antes de empezar a dispersarse. Egor se abre paso hasta Michelle y le da un toque en el hombro.

—Hola.

La muchacha se sobresalta, como si la hubiera rozado con un hierro al rojo vivo. Le mira con miedo, y en sus ojos se refleja… tal vez el desconcierto.

—¿Qué te pasa? Yo solo quería… Perdona…, no quería asustarte.

Michelle no dice nada, pero tampoco aparta los ojos. Parece que esté angustiada por algo, que se haya encerrado en sus pensamientos, en pensamientos duros, desagradables. Egor trata de sonreírle, trata de volver a empezar la conversación desde el principio. Pero la joven, de pronto, lo agarra por la mano.

—Egor… ¿tu madre está en casa?

El joven se encoge de hombros. Probablemente. ¿Dónde iba a estar, si no? Michelle se vuelve como si quisiera marcharse, pero se queda donde está.

—¿Quieres que le diga algo de tu parte? —pregunta Egor.

—¡No! No era nada.



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