La cosecha de Samhein by José Antonio Cotrina

La cosecha de Samhein by José Antonio Cotrina

autor:José Antonio Cotrina [Cotrina, José Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2009-04-23T04:00:00+00:00


* * *

Cuando el puente estuvo izado y las tres verjas bajadas, retomaron la exploración de la torre. Las dos plantas siguientes estaban divididas en habitaciones comunales, cuatro por piso, con ocho toscos jergones en el suelo de cada una. Los colchones eran poco más que sucias fundas de estopa desgastada, mal rellenas de paja. No había rastro de muebles y el polvo y las telarañas lo cubrían todo. En cada cuarto había tres troneras, demasiado estrechas como para mantener ventiladas las habitaciones.

—¿Dónde nos has traído? —preguntó Alex, mirando a Marco con una ceja enarcada—. ¿Al hostal Rocavarancolia?

El muchacho se encogió de hombros y le dedicó otra de sus impresionantes sonrisas.

—Hay que reconocer que el sitio no está mal, si no nos fijamos en el polvo y la mugre, claro… —dijo Ricardo—. Lo más probable es que no seamos los primeros en refugiarnos aquí.

Héctor pensó en la camiseta ensangrentada del arcón, pero no dijo nada.

Adrián se acercó a uno de los colchones y le propinó un ligero puntapié, como si quisiera probar su consistencia. Algo se removió al instante bajo la funda. Torcieron el gesto al ver cómo varias arañas salían entre los desgarrones de la tela, agitadas por el repentino movimiento.

Madeleine dio un grito y retrocedió un paso, retorciéndose las manos a la altura del cuello.

—¡Están llenas de bichos!

—No son bichos. Son arañas —dijo Marina y se acuclilló junto al colchón. Una de las arañas, de un vivo color verde, correteó sobre su zapato sin que a ella pareciera importarle.

—¿Se parece a la que viste anoche, Héctor? —le preguntó Ricardo.

—Tiene un aire. Aunque la mía era un poco más grande y vestía mejor.

—No aconsejaría que durmiéramos en eso —comentó Lizbeth señalando a los mugrientos jergones—. A no ser que queráis que los bichos os coman vivos.

—Encontré un cajón con ropa abajo —dijo Natalia, y Héctor rezó por que no fuera el mismo que había encontrado él—. Podemos extenderla en el suelo a falta de algo mejor.

—Dormir en el suelo… —dijo Madeleine como si la idea le pareciera completamente absurda e irracional. Miró a su hermano y sacudió la cabeza—. Este lugar resulta cada vez más y más desagradable…

—Nadie dijo que fuera a ser fácil —replicó Alex.

—Y nadie dijo que fuera a ser tan horripilante como está resultando ser —le espetó ella con frialdad—. Y tú me metiste en esto, te lo recuerdo. Una aventura, dijiste… Una pesadilla, digo yo…

Alexander frunció el ceño pero no replicó.

—No estás aquí por culpa de tu hermano —terció Héctor—. Estás aquí por culpa de Denéstor. Él fue quien nos engañó a todos.

—No te metas donde no te llaman, gordito —le soltó el pelirrojo saliendo de la habitación sin mirarlo. Casi arrolló a Marina y a Rachel a su paso.

—Tu hermano es algo idiota, ¿no? —preguntó Marina.

—Tiene sus momentos.

Héctor resopló.

La última planta de la torre era casi el reflejo opuesto a la primera. Como aquélla, se trataba de una única habitación que ocupaba todo el piso, pero mientras la de abajo estaba atiborrada de muebles



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