Otra vuelta de tuerca (Ilustrado) by Henry James

Otra vuelta de tuerca (Ilustrado) by Henry James

autor:Henry James [James, Henry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1898-04-22T16:00:00+00:00


XIV

Todo empezó un domingo por la mañana cuando yo me dirigía a la iglesia. Tenía a mi lado al pequeño Miles. Más adelante iba la señora Grose llevando a Flora de la mano. Recuerdo que era un día claro y transparente. Una ola de frío había barrido las nubes del cielo y limpiado la atmósfera de forma que las campanas de la cercana iglesia tañían de forma vibrante, casi alegre. Llevaba el pequeño Miles su mejor traje, hecho a medida por el sastre de su tío, con una americana y un chaleco muy a la moda. Todo ello le daba un aire de distinción, como si en vez de tratarse de un niño fuera ya un adulto dispuesto a lanzarse por los caminos de la vida. En esto andaba yo pensando, cuando el chico me hizo una pregunta que habría de precipitar los acontecimientos que se iban a producir en los días venideros:

—Querida mía —me dijo con su simpatía habitual—, ¿se puede saber cuándo piensa usted enviarme de nuevo al colegio?

La pregunta parecía del todo inocua sobre todo por el tono de voz del niño. Tenía su voz un sonido cálido y melodioso, de forma que al abrir la boca más que palabras parecía estar echando rosas. Era una voz que sin duda había deleitado a todas sus institutrices, y yo misma había caído bajo el embrujo de su melodía. Pero en aquella ocasión, y a pesar de la dulzura con que la pronunció, la frase llevaba veneno dentro y él lo sabía. Al oír sus palabras me paré en seco, como si uno de los grandes árboles del camino se hubiera desplomado ante mí. Él se había percatado del efecto que sus palabras habían causado en mí y quiso aprovechar este momento de debilidad e incertidumbre para añadir:

—Querida mía, sabe usted muy bien que un joven como yo no puede andar siempre entre damas, necesita otra compañía…

El «querida mía» no se le caía de los labios y a mí me gustaba que me llamara así porque era prueba del cariño que despertaba entre mis alumnos. Era un término cariñoso y respetuoso a la vez.

Pero recuerdo que en aquella ocasión estas palabras me sonaron de manera distinta. Yo estaba en guardia y tenía que pensar muy bien lo que le iba a decir. Para ganar tiempo, repuse:

—Y además, siempre con la misma dama, ¿verdad?

—No me quejo de eso —replicó él en el mismo tono jovial que yo había empleado—, porque la dama en cuestión es perfectamente agradable…, pero ¡míreme usted bien! ¿No le parece que a mi edad yo ya no debo andar todo el día entre faldas?

—Tienes toda la razón —le dije sin saber qué actitud adoptar.

—Y además —repuso él—, debe usted reconocer que mi comportamiento ha sido excelente.

Puse mi mano sobre su hombro y le atraje hacia mí:

—Ya sabes que no tengo ninguna queja de ti.

—Sólo una, señorita —me contestó él—. Recuerde aquella noche…

—¿Aquella noche? —repetí yo con el corazón en un puño.

—Aquella noche en la que salí de casa.



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