Operacion Mauricio by Patrick O'Brian

Operacion Mauricio by Patrick O'Brian

autor:Patrick O'Brian
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2004-01-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO 6

No hubo banquetes para agasajar a Jack Aubrey en El Cabo, ni muchas palabras amables del almirante, a pesar de que el comodoro había llevado hasta allí la escuadra completa después de una de las más fuertes tempestades de la década. Y hubo aún menos palabras amables, si eso era posible, cuando una bricbarca americana llegó con la noticia de que la Bellone, la Minerva y la Victor estaban en alta mar. Las había encontrado frente a las islas Chagos, cuando, con un gran número de velas desplegadas, navegaban en dirección noreste, en dirección al golfo de Bengala, con la intención de capturar allí los barcos que hacían el comercio con la India.

De todos modos, Jack tampoco tenía tiempo libre para banquetes en Ciudad de El Cabo ni para conversar amigablemente con el almirante Bertie. En aquellos días tenía prisa y se sentía angustiado, ya que debía armar cinco barcos con pertrechos de un pequeño astillero donde apenas quedaban masteleros de fragata (se esperaba que llegaran provisiones de la India) y el lugar más cercano donde había madera adecuada para hacerlos era Mosselbaai. Era un astillero pequeño y mal surtido, a cargo de hombres de una rapacidad tal que Jack nunca había visto nada comparable en toda su larga carrera. Sabían que la escuadra había conseguido un buen botín en Saint-Paul y querían obtener una parte a toda costa, sin tener en consideración el hecho de que esa riqueza dependía de meditadas decisiones que se tomarían en el futuro muy lejos de allí, y puesto que la escuadra disponía de muy poco dinero contante tendría que pagar con letras a un tipo de interés desorbitado. También se sentía angustiado porque los barcos franceses habían salido del puerto y por otra serie de factores. En primer lugar, por la constante obstrucción por parte de quienes administraban los palos, cabos, poleas, láminas de cobre, herrajes, la pintura y otras muchas cosas que la escuadra necesitaba con urgencia, y por la aparente indiferencia del almirante ante la corrupción generalizada. El almirante le había dicho que debía comprender que los hombres que tenían el astillero a su cargo no eran santos en un altar ni niños del coro de la iglesia, que ese asunto debía resolverse como siempre se había hecho en la Armada y que a él le importaba un comino cómo lo resolviera con tal de que la escuadra estuviera lista para zarpar dentro de dos semanas, el martes a más tardar. En segundo lugar, porque había descubierto que uno de sus propios oficiales, el señor Fellowes, arrastrado por el contramaestre de la Sirius y por su deseo de ser rico ahora en vez de esperar a serlo más tarde —cuando quizá estuviera muerto—, había considerado que el ancla retorcida por el rayo le pertenecía como gratificación, lo mismo que el anclote, cincuenta yardas de cabo de dos pulgadas y una disparatada cantidad de provisiones de otras clases, una cantidad por la que merecía ser llevado ante un consejo de guerra.



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