Olga by Bernhard Schlink

Olga by Bernhard Schlink

autor:Bernhard Schlink [Schlink, Bernhard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-22T16:00:00+00:00


10

Pero, más que las actividades en sí, lo que realmente le importaba era la conversación. Salir a pasear o ir a ver una exposición o al cine eran cosas que podía hacer sola. Intercambiar pareceres, en cambio, era algo que solo podía hacer hablando con nosotros, con mi madre, con mis hermanos y, sobre todo, conmigo.

Nuestras conversaciones nunca se producían al mismo tiempo que hacíamos otra cosa. Como durante las excursiones, siempre que íbamos a alguna parte solíamos caminar en silencio. Después de ver una película, no nos poníamos a hablar hasta después de salir del cine, caminar un rato, encontrar algún local y sentarnos frente a frente. En casa de Olga las cosas también eran distintas que en nuestra casa o en la de mis amigos. Si cocinar, poner el mantel y la mesa, recoger y fregar los platos era habitualmente motivo de ruidosas y animadas conversaciones, en casa de Olga todo eso sucedía en silencio. Olga habría podido hablar, pero no le gustaba hacerlo sin poder ver a la persona con la que hablaba, sus reacciones y objeciones. Cualquier cosa que tuviéramos que decirnos debía esperar a que estuviéramos de nuevo sentados a la mesa, frente a frente.

Lo que más le apetecía era hablar de política y sociedad. Leía el periódico a diario y era una lectora atenta y crítica.

Seguía devotamente todo lo que se publicaba acerca del África del Sudoeste Alemana. No era mucho, hasta que surgió la tesis de que los alemanes habían cometido un genocidio contra los herero. Ya fuera porque no quería que mancillaran el recuerdo de Herbert o porque había investigado por su parte, reaccionó con vehemencia. «¿Genocidio? ¿No basta con que los alemanes libraran una espantosa guerra colonial, como todos los demás? —Levantó las manos—. No, tiene que ser algo más gordo, ¡el primer genocidio!».

Poco a poco la política de apertura hacia el Bloque del Este fue tomando cuerpo y Olga se mostró favorable. Al mismo tiempo, sin embargo, no podía olvidar que la tierra donde había crecido, donde había aprendido y enseñado, donde había amado a Herbert y se había ocupado de Eik, estaba perdida. No se ha perdido, le respondía yo, siempre cabrá la posibilidad de regresar y tal vez vivir allí un día. Pero ella negaba con la cabeza, en silencio.

Siguió las protestas estudiantiles primero con simpatía, aunque esta pronto se tornó en sarcasmo. Le gustaba que alguien pusiera a prueba las tradiciones, confrontara los grandes conceptos, como educación, libertad o justicia, con la realidad social, desenmascarara a viejos nazis y advirtiera a la población acerca del derribo de edificios o el aumento de las tarifas de transporte. Pero que, además, los estudiantes pretendiéramos cambiar al ser humano y crear una sociedad nueva, liberar al tercer mundo y poner fin a la guerra de Estados Unidos en Vietnam ya le parecía pasarse.

—No sois mejores —nos reprochaba—, pero en lugar de solucionar vuestros problemas pretendéis salvar el mundo. También a vosotros os puede una ambición exagerada, ¿no te das cuenta?

No,



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