Odio a los indiferentes by Antonio Gramsci

Odio a los indiferentes by Antonio Gramsci

autor:Antonio Gramsci [Gramsci, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 1917-01-01T05:00:00+00:00


Jesús y millones de hombres [El ocaso de un mito]

Un hombre nace en una parte de la superficie de la tierra. Su vida corporal termina abruptamente con la pena de muerte. Pero la vida de sus obras, de sus palabras, continúa, se expande, se convierte en millones y millones de vidas, imprime su sello en siglos de historia. El hombre se ha convertido en un mito, se ha convertido en una parte de la conciencia universal: ha conquistado la inmortalidad, esa inmortalidad que sólo admiten los laicos, y es la perpetuación de una elevada palabra, de un ejemplo sublime de vida moral en el mundo, en las conciencias de los hombres que nacieron después y que aún nacerán en el mundo.

Una nueva civilización se llama por el nombre de aquel hombre. La nueva civilización era una necesidad histórica, estaba contenida potencialmente en la civilización precedente, pero aquel hombre ha encontrado, ha sido capaz de expresar con palabras inmortales aquella necesidad, ha tomado una amplia conciencia de esa necesidad y por lo tanto ha contribuido al nacimiento y a la propagación. Ha lanzado en el mundo grecorromano una idea clave: la diferencia de sangre, de raza, no es una causa de desigualdad entre los hombres: los hombres son iguales, porque son hijos de un mismo padre, porque están manchados por una misma culpa, porque están obligados a la misma necesidad de purificación para alcanzar una vida que es la vida verdadera, y no es de este mundo.

Millones de hombres, que antes se creían seres inferiores, sintieron la igualdad. La esclavitud, la propiedad de los cuerpos humanos, aceleró su descomposición. Esos millones de hombres empezaron a sentir que eran algo, empezaron a reflexionar sobre su propia naturaleza, sobre su propia conciencia. La fórmula de su redención llegó de un hombre que murió en un determinado lugar por haber afirmado aquel principio. Los hombres han identificado grosera e ingenuamente su conciencia con aquel hombre, con ese lugar. Han materializado un fenómeno que era sólo ideal. Por ese hombre, por ese lugar, se han matado unos a otros, han soportado sacrificios, han encendido hogueras, han inventado torturas. Pero el mito, la materialización de la idea, fue purificándose de las escorias mortales y contingentes. Otros hombres se sacrificaron. Afirmaron que era la conciencia humana que se liberaba, que, tras reconocerse a sí misma y a su propia energía, había roto los grilletes y las cadenas. El hombre, que había sido deificado, que había asumido una grandeza ficticia y artificial, retornó simplemente hombre, defensor de la verdad, propagador de la verdad, mártir de la verdad. Se engrandeció, pero de la grandeza verdadera y no perecedera que tiene por testigo la eficacia en los siglos y en la historia de una elevada palabra, de un sublime sacrificio por el deber. El testimonio de divinidad se convirtió en testimonio de humanidad, de mejor, más perfecta humanidad, si no de la mejor y más perfectísima. Se convirtió en uno de los momentos más importantes y más significativos de la



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