Noches de estío by Pilar Pascual de Sanjuán

Noches de estío by Pilar Pascual de Sanjuán

autor:Pilar Pascual de Sanjuán [Pascual de Sanjuán, Pilar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Didáctico
editor: ePubLibre
publicado: 1897-01-01T00:00:00+00:00


Al día siguiente, a la misma hora, el chico salió al encuentro del perro, el cual al llegar al sitio en que se habían encontrado veinticuatro horas antes, parecía que le buscaba con la vista, alegrándose mucho con su presencia. El mendigo fue llamando a Marqués y le condujo a un callejón inmediato, donde se sentó en el suelo. El perro le puso la olla delante, como invitándole a comer, y a su vez se sentó sobre sus patas traseras, dejándole tomar cuanto quiso.

Esto se repitió muchos días, el pobre muchacho guardaba un pedazo de pan, que recogía de limosna o le daban sus parientes, y con él acompañaba la parte de comida que le dejaba tomar su paciente amigo. Tomábala en mayor o menor cantidad según la necesidad que experimentaba, pero siempre producía un hueco en la olla que hubo de llamar la atención del criado.

Es de advertir que el dueño del perro estaba abonado a una fonda donde, mediante cierta cantidad mensual, llenaban la olla consabida con las sobras de la comida, incluso huesos y piltrafas. En las grandes poblaciones se encuentra muy extendida esta costumbre.

Dirigiose el criado a la fonda y preguntó por qué le habían cercenado su ración al pobre Marqués, el marmitón negó este aserto, asegurando que le llenaba la vasija hasta los bordes; y el otro, resuelto a descubrir si el can se dejaba robar por el camino, le siguió de lejos. Repitiose la operación cotidiana, y el criado, al ver que el chico se preparaba a comer corrió hasta ponerse a su lado, y le dijo:

—¡Ah ladrón! ¿Con que eres tú el que le quitas la comida al pobre perro?

—Yo no se la quito, que él me la da. Así se la dejaría él robar sin más ni más si no fuésemos amigos —replicó el muchacho.

—Amigos, para comerte lo suyo, ¿eh?

—Primero le he dado yo de lo mío.

—¿Cuándo?

—Cuando yo tenía y él no.

—Calla, embustero —y el criado levantó la mano sobre su interlocutor. Este no se movió, pero el can enseñó los dientes gruñendo de un modo amenazador.

—¿Verdad, Marqués —dijo Juanito— que somos antiguos amigos? ¿verdad que me quieres mucho? —Y esto diciendo empezó a acariciarle.

El perro correspondió a sus halagos del modo que solía.

—Hoy no quiero comer nada tuyo, porque este hombre no me cree y tú no sabes hablar. Toma tu comida.

El animal obedeció.

—Su amo de V. ya me conoce y sabe mi historia —añadió. Y poniéndose al lado del criado echó a andar seguido del perro.

El caballero reconoció al muchacho y recordó su historia; pero, comprendiendo que tenía derecho a la gratitud de Marqués, se opuso a que continuase partiendo con él su ración, Ofreciéndole, en cambio, veinticinco céntimos de peseta diarios, y dándole una mensualidad adelantada, para que pudiese comer carne sin cercenar la del animal.

Desde entonces se vieron diariamente los dos amigos, pero o no tomó nada el jorobado o si tomaba una friolera, le daba al perro en cambio pan, queso o embutidos de ínfima clase.

Como ya



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